Si el visitante no es aficionado
a los museos o carece de tiempo para ellos, debe de hacer un hueco en su
programa para incluir una visita imprescindible: el Museo Arqueológico Nacional
de Nápoles.
Después de visitar Pompeya nos
convencimos de la necesidad de completar esta visión con la del museo que
albergaba múltiples piezas de sus excavaciones, de Herculano y de otros lugares
del sur de Italia. La Lonely Planet incluía un desafortunado comentario
al respecto, indicando como origen de una parte de los fondos “tesoros
saqueados de Pompeya y Herculano”, cuando realmente fueron producto de las
excavaciones sistemáticas iniciadas por Carlos III (Carlos VII de Nápoles). Él fue
el fundador del museo, pero no a finales del siglo XVIII, como indicaba la guía,
puesto que en 1759 abandonó el trono napolitano para ocupar el español.
El folleto del museo era más
claro y fiable. Carlos III “ideó el proyecto del museo Farnesiano, al trasladar
a Nápoles parte de la rica colección heredada de su madre, Isabel de Farnesio,
y el repertorio de restos vesubianos, que constituyen los dos núcleos
principales del museo”.
Pagamos los 12 euros de la
entrada y accedimos al amplio atrio. A ambos lados, dos jardines interesantes,
el de las Fuentes y el de las Camelias. En el sótano, al que bajamos para ir al
servicio, la colección Borgia de arte egipcio. Una pena no disponer de más
tiempo para estudiarla a fondo.

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