El mayor atractivo del barrio
eran sus vistas. Con permiso del Castel Sant’Elmo, el castillo de San Telmo, y
la cartuja de San Martino. Todo estaba en el mismo ámbito, en la misma plaza,
en lo alto de la colina. Quién diría que el castillo de muros altos y compactos
fue originariamente una iglesia dedicada a San Erasmo y que cuatro siglos
después, en 1349, Roberto de Anjou lo convirtió en fortaleza, que en el siglo
XVI consolidó el virrey español Pedro de Toledo. Desde aquí se dominaba toda la
ciudad y era un punto estratégico para su defensa. En la actualidad, albergaba
el museo del Novecento. Era el mejor mirador para el otro lado de la ciudad,
hacia Chiaia y el mar.
Nos asomamos a la ciudad que
quedaba a nuestros pies. Se extendía, casi plana, hasta las lejanas montañas
envueltas en la bruma. No sobresalían altas construcciones y las referencias
más destacadas eran las cúpulas de las iglesias. No se podía trazar una
cuadrícula en ese compacto tejido urbano, abigarrado, reluciente con el sol de
la mañana, aunque quisieran impedirlo las nubes. Al fondo, los edificios altos
y modernos. Bien hecho, lejos, que romperían la armonía del conjunto.
No hay nada mejor que una buena
altura para hacerse una idea de conjunto de las ciudades. De un vistazo, zas,
barrios completos. Luego te vas fijando y vas trazando rutas imaginarias, te
haces hueco entre tanta calle estrecha, alcanzas las joyas de la ciudad y te
abstraes de las incomodidades, del humo, del ruido, del ajetreo. El único
sonido que trepa hasta aquí es el viento. Desde aquí se tiene conciencia de que
Nápoles es una gran ciudad.
Casi a la misma altura, en otra
colina, el palacio de Capodimonte, otro legado de nuestro Carlos III. Y la
impresión de que era asediado por bloques de viviendas. Se salvaba por el
bosque que repelía el avance urbanístico.
Ninguno nos queríamos alejar de
la balaustrada ni del mirador. Alargamos la estancia placentera, seguimos oteando
el horizonte y escarbando en lo más cercano. Quizá Nápoles tenga su orden y
nosotros no sepamos captarlo.
San Martino y su museo, como
otros lugares, habrán de esperar a mejor ocasión.
El funicular nos depositó en
Montesanto.

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