La primera iglesia que visitamos
fue la del Redentor, “el que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros
pecados”, según el capítulo 1, versículo 5, del Apocalipsis. Entramos por la
puerta norte. La principal era la oeste, como en las iglesias católicas, que
daba acceso a un nártex. El interior estaba dividido por veintiocho pilares,
cuatro en el lugar más sagrado y veinticuatro en las naves, que vendrían a
vincularse con el capítulo 20 del Apocalipsis de San Juan al describir el reino
de mil años y la asamblea de los que se salvan. Otra referencia apuntaba a
dieciocho pilares, tanto en el interior como en el exterior, que se vincularían
con el número de la palabra vida.

Mamush nos acercó hasta tres
nichos excavados en la parte este, ocupada por el tabot, que se correspondería con nuestro ábside. Representaban los
sepulcros simbólicos de Abraham, Isaac y Jacob. Quizá acogieron a algún
personaje importante, o al legendario constructor de las iglesias, Sidi Maskal.
Los sacerdotes se dejaban fotografiar y posaban con total naturalidad.
Esta iglesia servía como
referencia de otras de la ciudad. Solían ser de planta basilical, rectangular,
con influencias bizantinas y occidentales. La nave central era más alta que las
laterales y estaba cubierta por una forma abovedada. En las laterales, más
bajas, era plana. Los pilares eran cuadrados y en algunas, cruciformes, con
total ausencia de columnas redondas. Algunos mostraban basa y capitel.
La luz artificial combatía la
penumbra. Me gustó observar la luz natural que se filtraba por sus hermosas
ventanas organizadas en dos niveles que recorrían los muros. Representaban ojos
de cerradura, similares a la parte superior de los obeliscos de Aksum, o como cruces
de muy variadas formas.
En la parte oeste, a los pies
del templo, yacían los instrumentos de los músicos como si los hubieran
abandonado precipitadamente. En la cabecera presidía un gran retrato de Cristo
como Redentor. Sobre él, la Trinidad con sus tres representaciones iguales. Otros
cuadros con la Virgen y el niño o Cristo crucificado completaban la escueta
decoración. Una tela naranja cerraba el acceso al tabot, que guardaba una réplica del Arca de la Alianza con las
Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés.
Muchos pilares no estaban
tallados. Quizá el techo estuvo pintado con frescos. Si así hubiera sido,
impresionaría contemplar la iglesia iluminada a la luz cimbreante de las
antorchas que jugaría con esos colores.