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Cuando los mitos se asoman al mar 64. Funicular hacia Vomero.



Vomero no es el barrio más hermoso ni el más interesante de Nápoles. Tampoco hay que tacharlo e ignorarlo porque tiene su corazoncito que aconsejo visitar.

El funicular nos transportó a otro ámbito, a otro ambiente, a la parte alta. Y, como por encanto, desaparecieron esas plagas tan habituales como eran los atascos y la suciedad. El barrio se presentaba ordenado, el ruido era asumible y los edificios de estilo Liberty gozaban de buen aspecto. Era una buena zona para vivir y aislarse del ajetreo, aunque las casas no debían ser baratas. Era evidente que disfrutaba de un buen nivel de vida.



Atrás quedaban los tiempos de la campiña y las huertas que nos describía Anna Maria Ortese: “El Vomero era exuberante y oscura campiña. Huertos, algunas casas bajas, jardines cercados, donde resaltaba aquí y allá el amarillo o el rojo de unos claveles o de ropa femenina”. Alguna de esas casas aún perduraba cerca del castillo.



El tiempo amenazaba lluvia por primera vez en el viaje. Unas nubes negras y compactas, con cara de pocos amigos y un fuerte deseo de aguarnos el paseo, se habían instalado en el cielo. El sol luchaba sin demasiada convicción y no sabíamos si ponernos o quitarnos las sudaderas, paraguas en ristre. El camino en cuesta y las escaleras nos hicieron sudar copiosamente.




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