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Cuando los mitos se asoman al mar 63. Entre el Antiguo y el Nuevo Régimen.


 

En la confluencia de los barrios de Chiaia y Santa Lucía confluían también dos dinastías, dos formas de entender la monarquía y de articular las relaciones con el pueblo: como súbditos o como ciudadanos. Convivían las obras del Antiguo Régimen y de la monarquía democrática.

Ese entorno estaba formado por el Palacio Real y el Teatro de la Ópera de San Carlos, obras de nuestro Carlos III de España (Carlos VII de Nápoles), y la plaza Plebiscito con la iglesia circular de San Francisco de Paula, obra de su hijo Fernando I. Ambos presidían la plaza con magníficas esculturas. Era el pasado Borbón, tan denostado durante el siglo XIX y que daría lugar a la caída de esa dinastía y a la incorporación de Nápoles al Reino de la Italia Unificada. El símbolo más claro de esa modernidad era la galería de Umberto I (que presentaba unos suculentos andamios), muy similar a la galería de Vittorio Emmanuelle de Milán, obra en hierro y cristal y un signo evidente del cambio.



La monarquía absoluta de los Borbones había cumplido su ciclo. Su último gran monarca fue nuestro Carlos III. Fue un período de gran prosperidad que quedaba demostrada en el Palacio Real y la Ópera, edificios imponentes que compartían época con aquellas reformas barrocas de las iglesias que habíamos contemplado. Nápoles era aún la capital de un reino y su principal escaparate. Aun mantuvo parte de su esplendor con su hijo, su nuera y su nieto.

Se consideraba que los nuevos tiempos que soplaban desde el norte harían progresar aquella sociedad. Sin embargo, Nápoles pasó a ser una ciudad de provincias, perdió protagonismo y perdió la carrera económica. Los diversos intentos tras la Unificación no dieron resultado. Las políticas de Roma perjudicaban a Nápoles y al sur. Se fue abriendo una brecha cada vez más enorme. Y no parece que vaya a cambiar en el futuro más inmediato. Se puede mirar con nostalgia al Palacio, al Teatro o a la iglesia Circular, pero aquello forma parte del pasado, de una etapa concluida, de un eslabón anterior en la evolución. Sería impensable regresar al Absolutismo por un supuesto esplendor. Aunque la Italia Unificada debe ser más generosa con Nápoles.



La piazza Triestre e Trento estaba repleta de terrazas donde se solazaban los napolitanos en compañía de los visitantes. Y el café Gambrinus, con decoraciones de Marinetti y D’Annunzio, entre otros artistas. “Había pasado en él muchas horas -escribió Anna Maria Ortese- en mis noches napolitanas, y lo recordaba grande, lleno de humo y de espejos. Ahora, hasta los escaparates me parecían más pequeños”. Aún mantenía la elegancia y el glamour de anteriores tiempos y mucha gente se disputaba la entrada y un hueco donde tomar algo y descansar al final de la tarde.

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