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Cuando los mitos se asoman al mar 58. Un teatro devorado por los vecinos.


 

Salimos a la calle y nos llevaron a una casa de vecinos. Parecía un piso normal, un bajo de una familia modesta. Allí nos comentaron que una parte del pasado greco-romano de la ciudad había sido absorbido por las construcciones posteriores. En concreto, nos mostraron los restos del teatro grecorromano.

En tiempos de los romanos, una avalancha de barro provocada por una erupción del Vesubio arrasó las edificaciones construidas extramuros. A tenor de esas consecuencias se decidió prohibir la construcción fuera de las murallas de la ciudad. Eso obligaba a construir en altura y cubriendo construcciones anteriores. A lo largo de su historia Nápoles había conocido la alternancia de esas épocas de expansión o de construcción en altura.

Una vez en el salón, contó que los expertos habían detectado por escritos y descripciones de viajeros de la antigüedad que el teatro debía estar en esa zona. Fueron entrando en las casas, realizaron algunas catas en los muros y comprobaron que algunos coincidían con el tipo de pared construida por los romanos y que tenía virtudes antisísmicas. Cuando preguntaron a la dueña si podían efectuar nuevas catas, ésta se negó. Ante la insistencia de aquéllos, les mostró la bodega. Para ello, la guía corrió una cama, abrió una trampilla y nos condujo a la bodega de la casa, que coincidía con lo que fueron los camerinos del teatro.



Evidentemente que las casas de los alrededores ocupaban otras dependencias y espacios del teatro. La asociación fue comprando algunos de los inmuebles. Otros dueños se opusieron. No era posible una expropiación porque hubiera supuesto tener que expropiar a todos los vecinos, un esfuerzo inmenso para las arcas públicas. Así que habría que ir portal a portal.

Salimos de ese portal y unos metros más allá entramos en una antigua carpintería en el vico Cinquesanti, detrás de San Gaetano, que correspondería en el pasado con el ágora y el foro. La primera impresión era que nos habían trasladado a una exposición de belenes, algunos de ellos excelentes. El lugar también había sido una pizzería, Da Sofia, en honor a Sofía Loren. Cuando mirabas hacia el techo comprobabas algo extraño. Estábamos en la summa cavea. Sólo faltaba Nerón interpretando alguna obra de teatro. Uno de los ventanales daba a un hotel, que había mantenido otros restos. Y en la calle se notaba la supervivencia de otro arco de las gradas. Impresionante.

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