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Cuando lo mitos se asoman al mar 59. La tradición de los pesebres.


 

Al concluir la visita del teatro nos encontrábamos en via San Gregorio Armeno, la calle de los belenes, los presepe, como los denominaban los napolitanos. La tradición de los belenes españoles la introdujo Carlos III a su regreso de Nápoles para hacerse cargo de la corona española. El propio rey fue un gran aficionado y encargó al padre Rocco los cinco mil pastores que se mostraban en el Palacio Real. El belén más espectacular se exhibía en la Certosa di San Martino.

En esa zona estuvo el templo de Ceres. Era habitual ofrecer a la divinidad pequeñas figuras o exvotos realizados en las inmediaciones. Quizá fuera un antecedente de esta tradición. Parece que fue en 1535 cuando Gaetano de Thieve, un cura local -leo en la guía- decidió mudar las vestimentas bíblicas de su belén por las del momento de las gentes napolitanas. En el siglo XVIII alcanzó su apogeo y era habitual mostrar la riqueza y buen gusto con un extraordinario belén. El de Santa Clara lo era.



La calle estaba plagada de pequeñas tiendas y talleres donde vendían las figuras y donde habían instalado algunos belenes repletos de imaginación y realismo. Lo popular y lo religioso se mezclaban con gracia, los escenarios eran sucesiones de paisajes, casas, templos griegos, ríos y un sinfín de elementos. Eran auténticas esculturas en miniatura que se fabricaban de forma artesanal de acuerdo a unas técnicas ancestrales. Estaban, además, cargados de simbolismo y cada elemento era la expresión de algún aspecto de la vida.

Entramos en una tienda que era como una almoneda. José Luis buscaba una pieza para incorporarla al belén de su casa, que cuenta con casi un centenar de piezas, algunas adquiridas en los más variados lugares del mundo. Tomarlas en las manos, estudiarlas de cerca era admirar ese arte popular tan arraigado y tan cercano a nosotros. Por supuesto, compró la pieza.

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