Tanto mi amiga Mar como mi amigo
Juan me aconsejaron que no nos perdiéramos Napoli Sotterranea. Cuando
preguntamos a un señor mayor nos dirigió un panegírico tan exagerado sobre “la
mundialmente famosa Nápoles subterránea”, que no pudimos resistirnos. Había
varias opciones para visitar la ciudad subterránea y ésta nos pareció la más
interesante. En nuestro disfrute influyó mucho nuestra guía, una española
menudita y con un dominio de la materia y el tempo que, sin duda, le auguramos
futuros éxitos en la vida.
Debajo de lo que contemplaba el
visitante yacía otra ciudad. Nápoles estaba hueca y había evolucionado y
crecido en sucesivas capas, algo habitual en las ciudades con un largo pasado. La
diferencia es que aquí el pasado era visitable de una forma bastante cómoda. Quienes
habían optimizado esas instalaciones eran los miembros de una asociación
cultural que detectaba ese patrimonio subterráneo y procuraba preservarlo.
Los primeros que empezaron a
excavar fueron los griegos. Obtenían la piedra cerca del propio lugar donde
iban a construir: abrían una galería y la extraían. Utilizaron la tova para la
construcción de las murallas o los templos. Aquellos pozos, con el tiempo,
fueron utilizados como aljibes, algunos particulares para una casa y otros de
uso común. Los distintos depósitos estaban comunicados. Para su limpieza
descendían unos operarios por galerías de servicio y quitaban aquellos elementos
que pudieran atascar la red.

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