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Cuando los mitos se asoman al mar 53. El mar no baña Nápoles.


 

Ya no había carros con mulos -estaba peatonalizada- pero conservaba el ajetreo y la sensación de un suceso extraordinario que probablemente era el fenómeno del turismo ávido de devorar la belleza de los monumentos y en calles que no eran alegres. El polvo no ascendía del suelo, aunque le sustituía un rumor incesante, el de la nueva plaga humana. Nos asomamos a “los callejones que cortan esta calle, ya tan estrecha y deteriorada” y contemplamos las sábanas,

de las que está llena la tradición napolitana… La base del callejón, como una alfombra persa totalmente convertida ahora en grumos y filamentos aparecía sembrada de fragmentos de las más variadas inmundicias, y también en medio de éstas surgían, pálidas o hinchadas, o bien extrañamente finas, con las grandes cabezas rapadas y la mirada dulce, otras pequeñas figuras de niños.

Es aquí donde Ortese desvela el título del libro: “Aquí, el mar no bañaba Nápoles. Estaba segura de que nadie lo había visto ni lo recordaba. En este hoyo tan oscuro no brillaba más que el fuego del sexo, bajo el cielo negro de lo sobrenatural”.



Valeria Parella retrata en sus relatos de Lo que ya no recuerdo (Editorial Siruela) un Nápoles de perdedores, de los bajos fondos, de los trapicheos, de los distribuidores de droga, de la carne de cañón para la cárcel. Describió una ciudad real (a principios del siglo XXI) al margen de la imagen que gusta al turista. Sus personajes son duros, desesperanzados, el ala tenebrosa de la ciudad del sur de Italia. Es fácil hacerse una idea de ellos tras visitar la ciudad, aunque se hayan evitado los bajos fondos.

Nápoles ha evolucionado y no se percibe de forma continua la delincuencia, el hampa, la mafia. Caminas sin temor, aunque hay que saber por dónde moverse para evitar sorpresas. Hace años, Fer, la mujer de mi sobrino José Luis, visitó la ciudad con un grupo de amigos y tuvo una mala experiencia. Cuando les planteamos acompañarnos en el viaje ella mostró su decisión de no volver a Nápoles voluntariamente. Y es la imagen que mucha gente tiene de la ciudad.

Los barrios peor conservados ayudan poco. La suciedad, los desconchones en las fachadas, el aspecto cutre de algunas calles, son la coartada para mantener esa idea de que Nápoles y delito van de la mano. Nápoles tendrá que trabajar para cambiar esa idea, aunque visto el número de visitantes no parece que tengan que hacer grandes esfuerzos.

Valeria Parella denuncia, destapa lo que es incómodo y manda un mensaje de esperanza. Y Nápoles merece esa esperanza en su futuro.

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