Ya no había carros con mulos -estaba
peatonalizada- pero conservaba el ajetreo y la sensación de un suceso
extraordinario que probablemente era el fenómeno del turismo ávido de devorar
la belleza de los monumentos y en calles que no eran alegres. El polvo no ascendía
del suelo, aunque le sustituía un rumor incesante, el de la nueva plaga humana.
Nos asomamos a “los callejones que cortan esta calle, ya tan estrecha y
deteriorada” y contemplamos las sábanas,
de las
que está llena la tradición napolitana… La base del callejón, como una alfombra
persa totalmente convertida ahora en grumos y filamentos aparecía sembrada de
fragmentos de las más variadas inmundicias, y también en medio de éstas
surgían, pálidas o hinchadas, o bien extrañamente finas, con las grandes
cabezas rapadas y la mirada dulce, otras pequeñas figuras de niños.
Es aquí donde Ortese desvela el
título del libro: “Aquí, el mar no bañaba Nápoles. Estaba segura de que nadie
lo había visto ni lo recordaba. En este hoyo tan oscuro no brillaba más que el
fuego del sexo, bajo el cielo negro de lo sobrenatural”.
Valeria Parella retrata en sus
relatos de Lo que ya no recuerdo (Editorial
Siruela) un Nápoles de perdedores, de los bajos fondos, de los trapicheos, de
los distribuidores de droga, de la carne de cañón para la cárcel. Describió una
ciudad real (a principios del siglo XXI) al margen de la imagen que gusta al
turista. Sus personajes son duros, desesperanzados, el ala tenebrosa de la
ciudad del sur de Italia. Es fácil hacerse una idea de ellos tras visitar la
ciudad, aunque se hayan evitado los bajos fondos.
Nápoles ha evolucionado y no se
percibe de forma continua la delincuencia, el hampa, la mafia. Caminas sin
temor, aunque hay que saber por dónde moverse para evitar sorpresas. Hace años,
Fer, la mujer de mi sobrino José Luis, visitó la ciudad con un grupo de amigos
y tuvo una mala experiencia. Cuando les planteamos acompañarnos en el viaje ella
mostró su decisión de no volver a Nápoles voluntariamente. Y es la imagen que
mucha gente tiene de la ciudad.
Los barrios peor conservados
ayudan poco. La suciedad, los desconchones en las fachadas, el aspecto cutre de
algunas calles, son la coartada para mantener esa idea de que Nápoles y delito
van de la mano. Nápoles tendrá que trabajar para cambiar esa idea, aunque visto
el número de visitantes no parece que tengan que hacer grandes esfuerzos.
Valeria Parella denuncia,
destapa lo que es incómodo y manda un mensaje de esperanza. Y Nápoles merece
esa esperanza en su futuro.

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