Algunos lugares los buscas.
Otros, te encuentran. Sin su voluntad nunca te toparías con ellos.
El centro histórico de Nápoles
es un entramado de calles aparentemente sencillo sobre un plano. Luego, los
señuelos en forma de capillas, oratorios, iglesias, conventos, monasterios y otras
obras pías, o palacios, plazas, rincones y otros edificios civiles, se encargan
de sacar al viajero constantemente de su recorrido y ponerle a prueba. Está
bien dejarse llevar por el desorden y abandonarse a la intuición. La prueba
puede ser algo más que iniciática y hacer fracasar al curioso y atrevido. No
digas que no te he advertido.
Eso fue lo que ocurrió. Mientras
guardábamos cola -bastante ordenada, por cierto-, para entrar en la capilla
Sansevero, nos fuimos turnando en conservar el sitio en la espera. Al llegar mi
turno de descanso me alejé un poco por aquí y otro poco por allá. Sin ir muy
lejos, subí una calle, una calle me condujo a otra y ésta a un callejón con un
arco. Sobre el mismo, una hermosa representación de la Virgen con el niño y los
ángeles. Al fondo, en un fogonazo de luz, un patio y la fachada un tanto
peculiar de una iglesia. La peculiaridad era la variedad de estilos en su fachada.
Me asomé al interior y quedé impresionado. Regresé. Si hubiera empezado a
explorarla seguro que me hubiera liado y hubiera invertido un tiempo que me
hubiera hecho perder el turno en la espera para el Cristo Velado. Hubiera
generado un conflicto.
Mi familia me conoce y son
conscientes de mi afán por entrar y visitar todos los lugares y, especialmente,
las iglesias antiguas, que suelen esconder tesoros inapreciables. Así convencí a
la familia para visitar San Domenico Maggiore, Santo Domingo el Mayor.

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