La iglesia fue fundada por Carlos
de Anjou en 1283 en cumplimiento de un voto realizado en las Vísperas Sicilianas.
Fue concluida en 1324 en estilo gótico. Sus arquitectos fueron los franceses
Pierre de Chaul y Pierre d’ Agrincourt.
Su vinculación con la realeza
napolitana angevina y aragonesa le aportó opulencia. Las capillas laterales
eran espectaculares. La primera que contemplé fue la capilla Brancaccio, con
frescos de Pietro Cavallini, que trasladaban a aquellas primeras décadas de su
existencia.
El interior era impresionante,
aunque un tanto recargado de dorado, propio del barroco en que había sido
reformado. También sufrió modificaciones anteriores, renacentistas, o
posteriores en tiempos del francés Murat. Caminamos por la nave central, alta,
majestuosa, inundada por el sol. A esa hora había poca gente.
De los antiguos tres claustros
sólo quedaba uno en el recinto del monasterio. Otro se había incorporado a un
instituto y el tercero a un gimnasio. Los claustros de Santo Tomás y de Santo
Domingo los contemplé en Internet. Santo Tomás enseñó en este lugar.
Con él se vincula una leyenda
que se asocia con el crucifijo de la capilla del mismo nombre. Se dice que ese
crucifijo le habló a Santo Tomás de Aquino y le preguntó: “Tomás, has escrito
cosas buenas de mí, ¿qué querrás a cambio?” A lo que él contestó: “nada, más
que a vos”. El Cristo medieval brillaba. A la izquierda, varias tumbas ilustres
en un impactante color blanco.
La sacristía era otra de las
piezas esenciales. Su techo estaba decorado con frescos de Francesco Solimena y
cubría el lugar donde se encontraban cuarenta y cinco féretros de príncipes de
Aragón.
Curiosamente, salimos por la escalera
cercana al ábside, bajamos un nivel y salimos a la plaza de Santo Domingo. El
santo ocupaba la parte más alta de una columna.

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