Salimos del hotel, giramos a la
izquierda, tomamos via Giuseppe
Manucci, que ofrecía buenos bares y restaurantes, alcanzamos piazza Amedeo, fichamos dónde estaba el
metro y el funicular y continuamos por via
Vittoria Colonna y via dei Mille.
Hacia la derecha bajaban varios callejones en cuesta con una nutrida oferta de
restaurantes con cierto encanto y unas terrazas instaladas en esas estrechas
calles. El tiempo acompañaba y la gente aprovechaba el ambiente al aire libre
del barrio.
Nuestro avance fue acompañado de
hermosos edificios Liberty, el modernismo local, tiendas de lujo que eran una
incitación al gasto y un tráfico milagrosamente escaso y nada ruidoso. En via dei Mille estaba el soberbio palazzo Leonetti y el consulado español.
Un poco más allá el emblemático palazzo
Mannajuolo haciendo esquina. Bajamos via
Gaetano Filangieri y nos metimos en una animada zona de callejones repleta de
restaurantes y de gente.
Todo estaba lleno. Nos temimos
lo peor, pero en una hábil maniobra pedimos mesa en Donna Margherita y acabamos
cenando en la terraza del jardín bajo un emparrado. Estaba repleta de grupos,
gente de cierto nivel económico. La cena fue excelente. Y la espera no fue
demasiado larga.
El regreso nos ayudó a bajar la
cena. “Además-como escribió Virgilio en la Eneida-ya va la húmeda noche bajando
con presura desde el cielo y las estrellas que se van poniendo nos invitan al
sueño”.

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