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Cuando los mitos se asoman al mar 9. Rumbo a Capri.


 

Recogimos nuestros bártulos, nos montamos en el coche y recorrimos la pequeña distancia hasta Amalfi. En el puerto quedaron Amparo, Lucía y José Luis para sacar los billetes del ferry. Carlos y yo nos fuimos a aparcar. Después, atravesamos los túneles que conducían hasta el centro, aceleramos el paso y alcanzamos al resto. Aún hubo tiempo para una espera en el muelle contemplando el puerto, su movimiento y el conjunto de casas acopladas a los acantilados.

Los héroes de la antigüedad estaban sometidos a las iras y los caprichos de los dioses, que habitualmente se cruzaban en la vida de los humanos y engendraban a esos seres mitológicos y épicos. Uno de esos héroes fue Eneas, hijo de Venus y fundador del pueblo romano, que tuvo que sufrir la saña rencorosa de la inflexible Juno. En su largo peregrinar por el Mediterráneo surcó estas aguas y estuvo sometido a riesgos y desventuras. Su madre le sacó de más de un aprieto. Su mirada tuvo que ser muy diferente de la nuestra. El exilio y los infortunios quizá le impidieron disfrutar del paisaje.



Me sitúe junto a una ventana del ferry y clavé la vista en la roca desafiante que había quedado sometida por la mano del hombre. Las edificaciones de colores indefectiblemente claros y mayoritariamente blancos tomaban el sol de la mañana. Intuí un puente, los bancales de una huerta o un jardín, el campanario de una iglesia, la carretera a media altura, las escaleras que bajaban hasta la orilla. Era el triunfo del hombre.

Toda la costa estaba muy urbanizada, a veces en exceso, a varias alturas, salteada. La costa abría sus fauces en misteriosas cuevas. Las cimas se escalonaban. Brillaba el verde y el marrón de la vegetación que no podía vencer a la presencia de la piedra.



A espacios casi regulares y aleatorios se abrían pequeñas calas o se instalaba un bar o un chambado humilde e inaccesible. Los barcos se acercaban a ellas y fondeaban para aprovechar el movimiento suave del oleaje. Las torres de vigía seguían fascinándome. Muchos rincones eran de un aislamiento exclusivo.

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