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Cuando los mitos se asoman al mar 34. La domus, el hogar y la mujer.


 

Un patio abierto ordenaba el acceso a las otras dependencias: el atrium. Recordaba a las casas de los pueblos, clara herencia de nuestros antecesores romanos. En el centro, el impluvium, para captar las aguas de lluvia y almacenarlas en la cisterna. El tablinium era el espacio de trabajo y de representación pública donde el dueño recibía a sus clientes o deudos. Los dormitorios o cubicula eran refugio íntimo. El peristylum era otro patio con jardín rodeado de un pórtico con columnas que distribuía las habitaciones. Imperaba la calma, la sombra, el frescor, la comunión con la naturaleza. Colgado entre sus columnas, el oscillum, para ahuyentar los infortunios, mecido por el viento. Al fondo, el larario, la pequeña capilla doméstica dedicada a los protectores del hogar (los lares) y a los dioses favoritos de la familia. La culina, reducida, oscura y mal ventilada, era el lugar de la cocina, de los esclavos y servidores. ¡Qué cantidad de términos que han pasado a nuestro lenguaje cotidiano!



El triclinium debe su nombre a los asientos o klinai del comedor y era donde se reunía la familia con sus invitados, a los que entretenían con música y danzas.



El hogar era el principal refugio de la mujer, que “era considerada inferior según las leyes -leí en el folleto de la exposición Mujeres de Roma. Seductoras, maternales, excesivas, de La Caixa- y permanecía siempre como una menor, es decir, jurídicamente igual a los niños”. Dependía de su padre y, cuando se casaba, de su marido. Pero “era, al mismo tiempo, objeto de amor y de temor, de deseo y de desprecio”-transcribo del mismo folleto-. Era frecuentemente representada en forma mitológica porque encarnaba “la fertilidad, la prosperidad, la creación o el poder del destino”. Llegó a administrar fortunas pero quizá donde más destacó fue en su componente religioso, dirigiendo ceremonias, como sacerdotisa, como inspiradora del espíritu o como deidad, como Venus, que representaba la belleza y la seducción, o Minerva y Diana “férreas defensoras de la virtud y la virginidad o como las monstruosas gorgonas y sirenas o personificando “fuerzas y ciclos naturales hasta las forjadoras de terribles tragedias y aciagos desastres como Medea y Pasifae”. Sin duda, su papel fue más relevante de lo que pudiera imaginarse a primera vista.

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