Nos acercamos al templo de
Venus. Las columnas eran de ladrillo, no de piedra. El revoco de sus fustes
acanalados le daría un aspecto soberbio. El templo era enorme, digno de una de
las divinidades grecorromanas que disfrutaba de mayor beneplácito entre los
ciudadanos. El de Apolo, se alzaba en el otro extremo, con el Vesubio a la
espalda. El templo de Venus estaba cerca de Porta Marina, por lo que estábamos
casi junto a la entrada.
Entramos en las termas del foro,
bastante bien conservadas, con parte de sus frescos, figuras e instalaciones:
el apodyterium (vestuario), el tepidarium (habitación tibia), el caldarium (habitación caliente) y el frigidarium (habitación fría). El baño era
una práctica habitual entre los ciudadanos que aprovechaban el momento para
pegar la pava o para conspirar. Las gentes más pudientes lo practicaban en los
baños privados de las domus, los balmae.
Refería otro panel del Arqueológico
de Madrid, trasladable a Pompeya, sobre la domus:
La casa
hispano romana, domus, es un
microcosmos, espejo reducido de la ciudad. Es lugar para vivir, escenario
cotidiano de la familia propietaria, concepto que incluye a los libertos y
esclavos que viven y trabajan bajo el mismo techo. Es también símbolo social:
desde las grandes villas suburbanas hasta la más humilde de las habitaciones,
la casa refleja la situación social, riqueza e influencia del dueño.
En Pompeya abundaban esas casas
lujosas y de prestigio en las que se exhibía la riqueza. Algunas conservaban parte
de sus adornos, como frescos o mosaicos, aunque muchos habían sido trasladados
al Museo Arqueológico de Nápoles, lo que hacía inexcusable su visita para
complementar la de Pompeya. La plebe vivía en casas alquiladas de varios pisos.
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