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Cuando los mitos se asoman al mar 31. El teatro.


 

Más pacífico era el teatro. Al ocio y la diversión se unía la propaganda política, la expresión colectiva y la transmisión de ideas. Vamos, que a los pompeyanos les lavaban el cerebro cuando se sentaban en las gradas excavadas en la tierra de este magno teatro con capacidad para cinco mil personas.

“Tragedias, comedias, juegos escénicos, concursos musicales, mimos y pantomimos (únicos espectáculos en que se permitía la participación de las mujeres), asambleas, cortejos religiosos y triunfales se celebraban en el teatro”, reseñaba un panel del Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Su actividad era, entonces, más amplia de lo que inicialmente creíamos.



El teatro estaba precedido por el Quatriportico, utilizado inicialmente para que los espectadores pasearan en los intermedios y, posteriormente, como barracones para los gladiadores, según la guía. Era un espacio amplio con una galería cubierta, como un claustro, que marcaban las columnas dóricas que aún permanecían erguidas.



Entramos al teatro, paseamos por la escena, nos asomamos a los vomitorios y subimos por las gradas para convertirnos en improvisados espectadores. Imaginamos a los actores con sus máscaras, al público embelesado con el mensaje de las obras. Hasta fuimos deleitados por un coro de alemanes que se arrancaron con una interpretación soberbia. Aplausos.

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