Más pacífico era el teatro. Al
ocio y la diversión se unía la propaganda política, la expresión colectiva y la
transmisión de ideas. Vamos, que a los pompeyanos les lavaban el cerebro cuando
se sentaban en las gradas excavadas en la tierra de este magno teatro con
capacidad para cinco mil personas.
“Tragedias, comedias, juegos
escénicos, concursos musicales, mimos y pantomimos (únicos espectáculos en que
se permitía la participación de las mujeres), asambleas, cortejos religiosos y
triunfales se celebraban en el teatro”, reseñaba un panel del Museo Arqueológico
Nacional de Madrid. Su actividad era, entonces, más amplia de lo que
inicialmente creíamos.
El teatro estaba precedido por
el Quatriportico, utilizado
inicialmente para que los espectadores pasearan en los intermedios y,
posteriormente, como barracones para los gladiadores, según la guía. Era un
espacio amplio con una galería cubierta, como un claustro, que marcaban las
columnas dóricas que aún permanecían erguidas.
Entramos al teatro, paseamos por
la escena, nos asomamos a los vomitorios y subimos por las gradas para
convertirnos en improvisados espectadores. Imaginamos a los actores con sus
máscaras, al público embelesado con el mensaje de las obras. Hasta fuimos
deleitados por un coro de alemanes que se arrancaron con una interpretación
soberbia. Aplausos.

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