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Cuando los mitos se asoman al mar 30. Espectáculos de masas.


 

Penetramos en la ciudad por el barrio del teatro. Los romanos eran muy aficionados a los espectáculos, que eran gratuitos y financiados por los gobernantes o por ciudadanos ricos que buscaban el apoyo popular para sus carreras políticas. El “pan y toros” de nuestro país sería en la antigüedad pan y teatro o gladiadores.



En uno de los extremos de la ciudad se encontraban la gran palestra, lugar de entrenamiento, y el anfiteatro, de forma oval y con capacidad para unas veinte mil personas, lo que implicaba que toda la población de Pompeya pudiera disfrutar de las luchas de gladiadores, o munera, sin problemas de asientos. O de las venationes, caza de animales salvajes o luchas entre fieras. Un repaso de la película Gladiator se impone. No se ha localizado, por ahora, el circo, lugar donde celebraban las impresionantes carreras de cuadrigas a lo Ben Hur, con una de las escenas más impresionantes del cine.



Los romanos eran aficionados a apostar. A la emoción del espectáculo se unía la de ver ganar al gladiador por el que se había decantado o por la cuádriga consideraba más rápida y hábil. Se formaban algo parecido a nuestros modernos equipos, lo que llevaba consigo la existencia de seguidores fieles. Quizá en el mercado, en el foro o en las termas estos espectáculos daban para muchas discusiones. Desgraciadamente, los gladiadores y conductores de cuádrigas morían jóvenes en las competiciones. Si triunfaban, eran aclamados y pasaban a ser grandes héroes. Sus victorias serían tema de conversación inevitable.

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