Penetramos en la ciudad por el
barrio del teatro. Los romanos eran muy aficionados a los espectáculos, que
eran gratuitos y financiados por los gobernantes o por ciudadanos ricos que
buscaban el apoyo popular para sus carreras políticas. El “pan y toros” de
nuestro país sería en la antigüedad pan y teatro o gladiadores.
En uno de los extremos de la
ciudad se encontraban la gran palestra, lugar de entrenamiento, y el
anfiteatro, de forma oval y con capacidad para unas veinte mil personas, lo que
implicaba que toda la población de Pompeya pudiera disfrutar de las luchas de
gladiadores, o munera, sin problemas
de asientos. O de las venationes,
caza de animales salvajes o luchas entre fieras. Un repaso de la película Gladiator se impone. No se ha
localizado, por ahora, el circo, lugar donde celebraban las impresionantes
carreras de cuadrigas a lo Ben Hur,
con una de las escenas más impresionantes del cine.
Los romanos eran aficionados a
apostar. A la emoción del espectáculo se unía la de ver ganar al gladiador por
el que se había decantado o por la cuádriga consideraba más rápida y hábil. Se
formaban algo parecido a nuestros modernos equipos, lo que llevaba consigo la
existencia de seguidores fieles. Quizá en el mercado, en el foro o en las
termas estos espectáculos daban para muchas discusiones. Desgraciadamente, los gladiadores
y conductores de cuádrigas morían jóvenes en las competiciones. Si triunfaban,
eran aclamados y pasaban a ser grandes héroes. Sus victorias serían tema de
conversación inevitable.

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