La entrada principal era Porta Marina.
Sin embargo, la antigua Porta Marina se encontraba más arriba. Desde allí eran
accesibles las termas suburbanas, extramuros, con frescos eróticos, y el templo
de Venus (templo di Venere).
Via
Mare
estaba abarrotada de puestos de recuerdos. La atravesamos hasta llegar a las
taquillas. Un momento después nos alcanzaron hordas de turistas de todos los
colores y razas, posiblemente desembarcados de los cruceros. Por eso nos habían
aconsejado que madrugáramos: había que tomarles la delantera. Por el viale delle Ginestre (la senda de la
retama) fuimos avanzando con el perfil de las primeras ruinas. Me llamó la
atención que estuvieran elevadas y rodeadas por un foso. En los muros se abrían
arcos, puertas y ventanas.
En la guía informaban que la
ciudad posiblemente fue fundada en el siglo VII a.C. por los oscos de Campania.
Posteriormente, fue colonia griega y en el año 80 a.C. pasó al dominio de Roma.
Antes de la terrible erupción del año 79 d.C., en el año 62 d.C., quedó
destruida por un terremoto que obligó a evacuar a la mayor parte de su
población, unos veinte mil habitantes, que aún no habían regresado cuando se
produjo la erupción, lo que provocó menos víctimas. Con todo, se calcula que
murieron unas dos mil personas que fueron cubiertas por el lapilli, fragmentos
candentes de piedra pómez. Por ello quedó la ciudad tan bien conservada.
Los romanos creían que los
dioses protectores de una ciudad, los Penates, la abandonaban cuando iba a caer
en manos del enemigo. Quizá los dioses de Pompeya abandonaron la ciudad cuando
las cenizas se disponían a invadirla y enterrarla durante siglos. La ciudad no
pudo defenderse de la furia de la tierra y pereció sin remisión. Nadie se
acordaría de ella durante un largo periodo de tiempo.

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