Para la difusión de aquellos
hallazgos el rey promovió la edición de Le
Antichita di Ercolano. Aquellos yesos fueron utilizados en la Academia para
la enseñanza de arquitectos, escultores y pintores. Los dibujos y copias
permanecen en la Academia. Cuando se fundó la Academia de San Carlos en México enviaron
nuevas copias de vaciados, dibujos, estampas y lacres al otro lado del Atlántico.
Los vestigios de las ciudades destruidas por el Vesubio se popularizaron en
América. Mérito de nuestro -tanto de Nápoles como de España- rey Carlos.
Con esa vinculación en el
corazón, desayunamos en el hotel, recogimos y salimos con destino a Pompeya.
Sorrento estaba tranquila y las calles bastante despejadas. No disponíamos de
tiempo para una visita. En la guía aconsejaban un paseo por el centro histórico,
la catedral, la iglesia de San Francisco, el museo Correale y la Marina Grande.
Lo más atractivo eran sus puestas de sol.
Desde la carretera panorámica
contemplamos los acantilados asomados al mar. La costa era recortada y allí se
habían asentado villas y palacios. La acera se convertía en improvisado paseo
marítimo que recorrían los turistas disfrutando del sol de la mañana. No es de
extrañar que atrajera a Enrico Caruso o a Luciano Pavarotti. Torna a Sorrento, regresa a Sorrento,
dice la canción. Habrá que releer El
tango de la guardia vieja, de Arturo Pérez Reverte, que ambienta su novela
en esta costa.
Pasamos Meta, Marina di Equa y
Vico Equense, tomamos otra carretera y seguimos las indicaciones. Hasta que nos
perdimos en una zona con un paso a nivel y un polígono industrial que daban
miedo. Llegamos a una plaza, posiblemente de Torre Annunziata, preguntamos y
rehicimos la última parte del trayecto. En uno de los parkings habilitados por
restaurantes (a cuatro euros la hora) dejamos el coche y nos aprestamos a
comprobar los milagros de Pompeya.

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