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Cuando los mitos se asoman al mar 25. Atardecer hacia Sorrento.


 

Camino de Sorrento nos acompañó el atardecer. Una grata compañía de luces tenues sobre el mar, un espectáculo que intentaban captar con las cámaras Lucía y José Luis y que yo impedía con los golpes de timón del volante. Había un trajín de autobuses, motos, coches y peatones que me obligó a concentrarme. Al cabo de unos minutos se impuso la oscuridad y en el vehículo el silencio. Carlos, con buen criterio, puso la radio. Los paredones de la montaña contribuían poco a sintonizar algo decente.

El mar, cada vez más misterioso, engulló al debilitado sol, que le dejó lanzar un último mensaje en forma de crepúsculo. No había nubes que se hicieran eco de él. Las montañas, que parecía que nos iban a engullir en sus entrantes, gozaron de sus últimos rayos como si no fuera a volver al amanecer. Las sombras se arrastraban y se alargaban. Entrábamos en el reino de la oscuridad, que en Campania es un reino tranquilo.

Habíamos gozado de un espléndido amanecer y, en aquel momento, de un atardecer plácido que nos hacía suspirar. El día, luminoso, nos había dado mucho, pero se extinguía y nos apenaba. Nos hubiera gustado alargar la luz del sol, alargar el día y poder parar a disfrutar de ese juego de sombras tenues que era el crepúsculo, pero los planes ajustados tienen estos inconvenientes.

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