En el interior oficiaban una
boda, que daba más colorido a los mármoles de colores y el interior barroco. El
techo, con frescos de escenas de la vida de San Andrés y dorados. En el altar
mayor, nuevamente, el santo patrón. Un breve paseo nos puso en contacto con las
riquezas de sus naves.
Más interesante, quizá por la
peculiaridad de sus arcos apuntados y entrelazados de estilo morisco, era el Claustro
del Paraíso, antiguo cementerio de nobles. Sencillo y acogedor, aún mantenía
los hermosos frescos del siglo XIV, atribuidos a Roberto D’Oderisio, divulgador
del estilo de Giotto y su escuela. Como buen claustro, destilaba paz. Hubiéramos
podido pasar horas caminando por sus galerías con la compañía de las palmeras
del jardín. No olvidar contemplar las capillitas y los sarcófagos.
Desde aquí pasamos a la antigua
basílica y el museo instalado en la misma. Frescos, esculturas, relicarios,
objetos de culto estaban bien organizados para deleite del visitante. Al
edificio del siglo VI le suprimieron las naves laterales y exhibía una
cautivadora amplitud. Estuvo dedicado a la virgen de la Asunción y,
posteriormente, a los santos Cosme y Damián.
La cripta era simplemente
espectacular. Allí guardaban las reliquias de San Andrés, evangelizador de
Grecia y Rusia y crucificado en Patrasso o Patras, en Grecia. De allí las trajo
el cardenal Pietro Capuano durante la IV Cruzada, la que acabó con el saqueo de
Constantinopla. Curiosamente, el actual aspecto de la cripta, de estilo
manierista, se debía al rey español Felipe III.
Uno de los lunetos representaba
la llegada de las reliquias a Amalfi. Las pinturas del techo eran escenas de la
vida de Cristo. Sinceramente, un poco recargado.
Cuentan (y lo ratifica el
folleto informativo) que en la víspera de la festividad del Santo, “se recoge
el “Maná”, un líquido denso que rezuma del sepulcro del apóstol. Debajo del
altar se encuentra la ampolla de cristal que obra este fenómeno, algo que se
repite en otras formas y santos en otros lugares de Campania y del sur de
Italia.
Preside una escultura del santo
con su cruz en aspa a la espalda, lo que le hace fácilmente identificable.
Salimos a la plaza al mismo
tiempo que los invitados de la boda.
Aun hubo un rato para un paseo
por las callejuelas.

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