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Cuando los mitos se asoman al mar 23. La catedral de Amalfi I

 


Por la mañana, mientras esperábamos el ferry de Salerno para ir a Capri, buscamos el extremo superior del campanario cubierto de mayólica y el frontón dorado presidido por Cristo. La montaña cubría sus espaldas y las casas parecían incrustadas en las rocas en posiciones inverosímiles. Los colores claros de las fachadas brillaban con la clara luz de las primeras horas de la mañana.

Partir de Capri genera una nostalgia inmediata. Cuando el destino te deposita en Amalfi la tristeza se desvanece y te da una segunda oportunidad para ensanchar el corazón. A pesar de que el monte Cerreto, con sus más de 1.300 metros, estaba casi completamente cubierto de las sombras de la tarde. Sin embargo, era una estampa que maravillaba.



Y como lo primero que nos había cautivado era la catedral, hacia ella nos dirigimos. La plaza estaba repleta de visitantes. Los cansados se refugiaban en las terrazas. San Andrés, el patrón de la ciudad, observaba la escena encaramado a una fuente. La escalinata daba teatralidad a la fachada bicolor del templo. Era expresión de un camino iniciático, de última prueba para deleitarse con su interior. Subimos con calma ya que había que disfrutar de esa obra de arte árabe-normanda. Los invasores del sur dejaron su huella.


Las riquezas de la época de prosperidad fueron agradecidas con la construcción del Duomo. Aún conservaba vestigios de los siglos X y XI, aunque lo más visible de su exterior era del siglo XIII. Dudamos si estaría abierta y en esos momentos de incertidumbre anduvimos por la galería del atrio y contemplamos la puerta de bronce realizada en Constantinopla en 1057 por encargo del noble Pantaleone de Mauro para demostrar su poderío económico y su devoción. En plata, Cristo, la Virgen, San Pedro y, cómo no, San Andrés.


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