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Cuando los mitos se asoman al mar 22. Amalfi, poder efímero.


 

Amalfi fue una de las cuatro repúblicas marítimas que durante siglos dominaron el comercio del Mediterráneo. Fue la primera en abrirse camino como república independiente, allá por el año 839, aunque nominalmente vinculada al Imperio Bizantino, antes que Venecia, Génova o Pisa. También fue la primera en utilizar la moneda, y no el trueque, para sus transacciones. El secreto de su éxito fue vender grano, sal, esclavos o maderas italianas en Oriente, a Egipto y Siria, que pagaban con dinares que luego eran utilizados para comprar sedas de Bizancio y venderlas en Occidente. Su flota era respetada en el Mare Nostrum.



Fundada inicialmente como puerto comercial en el año 339 al pie del monte Cerreto, su momento de apogeo llegó en el siglo IX. Entonces contaba con una población de unos setenta mil habitantes. Hoy, alrededor de cinco mil.

Siempre estuvo asediada por el resto de los poderes cercanos. Fue atacada por los lombardos de Sicardo de Benevento en el 838, por los normandos de Roberto Guiscardo en 1073 y en 1131 por Roger II de Sicilia. Los que pusieron fin a su preeminencia fueron los pisanos en 1135 y 1137. En 1343 un tsunami provocó la práctica destrucción de la ciudad. Gracias al cielo, resucitó y la belleza de su emplazamiento, de sus calles y monumentos ha merecido el reconocimiento de la Unesco y la calificación de Patrimonio de la Humanidad. Como otros lugares de Italia, sus nuevos invasores son los turistas. El turismo ha sustituido al comercio como fuente de riqueza.



Sin duda, lo que nos convenció de que debíamos regresar a Amalfi y visitarlo con algo más de calma fue su catedral. Cenando en la plaza vimos brillar su fachada, que parecía mandar un mensaje cifrado, y nos quedamos cautivados. Lo ratificaban las palabras de Renato Fucini: “El día del Juicio Universal, para los amalfitanos que suban al Paraíso será un día como todos los otros”.




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