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Cuando los mitos se asoman al mar 19. Jardines, caminos y ritmos.


 

La siguiente parada fue en los jardines de Augusto, tan hermosos por sus árboles y plantas como por las vistas sobre el lado sur de la isla, desde los Faraglioni hasta Punta di Muro y Punta Venturoso. A nuestros pies, Marina Piccola y el Escollo de las Sirenas. Los acantilados eran impresionantes.



La senda que bajaba en zigzag hacia la pequeña playa era la via Krupp, mandada construir por el magnate del acero, tan aficionado a las reuniones sociales con los lugareños que acababan en orgías. Aquello le dio mala fama y su prestigio cayó en picado, tanto como los muros de la montaña. Acabó suicidándose. Lenin fue un asiduo caminante de la misma cuando se desplazó a Capri para visitar a Gorki.



El refinamiento del lugar quedaba alterado por el desorden de la gente. Bajo un cartel que prohibía comer o beber en el recinto, un turista bastante zafio devoraba un bocadillo grasiento. Cuando mi cuñado se lo echó en cara, el tipo se puso violento. Era el contraste a las esculturas que armonizaban con el verde.



Decía Renato Espósito que “Capri es el lugar del alma. La isla tiene sus ritmos, sus tiempos. Hay que vivirla lentamente, respirar su hálito vital”. No le faltaba razón. Contemplando los grupos de turistas en fila, disciplinados hasta lo que era posible, era evidente que no captarían la esencia de la isla. Esta esencia se disfrutaba en lugares un poco más alejados, en temporadas menos concurridas, como el invierno, en etapas más plácidas y tranquilas, como la ruta realizada.

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