Bajar a Marina Piccola hubiera
consumido nuestras fuerzas. El calor pegaba con fuerza y lo razonable era
pasear por las calles empinadas repletas de tiendas, galerías y glamour. Los
hoteles mostraban el lujo de sus instalaciones.
Una placa rendía homenaje al
ilustre poeta chileno Pablo Neruda. Aquí vivió su pasión con Matilde Urquiza y
compuso Los versos del capitán. Capri
inspiró a todos los escritores y artistas que se dieron cita en la isla a lo
largo del tiempo. Porque transmite algo especial. No me hubiera importado ser
huésped de algún potentado que me cediera su villa para potenciar mi escritura.
Su relación con Capri quedó
reflejada por Antonio Skarmeta en El
cartero y Pablo Neruda. Me abstraigo del trajín de la calle y de las
tiendas de lujo y me lo imagino caminando por estos lugares, buscando el más
adecuado para escribir sus poemas, dejándose penetrar por la naturaleza salvaje
y la sencillez de los lugareños. Y me viene la imagen de los diálogos entre
Phillip Noiret y Massimo Torisi. Y, por supuesto, de María Grazia Cucinotta.
Entre villas y palacetes,
jardines y vistosas flores, distraídos por las tiendas y las galerías y
tratando de confirmar si Capri parecía un decorado de cine, como habíamos
leído, bajamos hacia la Certosa di
San Giacomo, fundada en 1363. El edificio albergaba la biblioteca municipal,
una sala de exposiciones y un museo. Nos asomamos a la iglesia, solitaria, sin
bancos, observamos sus frescos, con una representación de la virgen en la
entrada, nos asomamos a sus claustros y continuamos. Cuentan que en el siglo
XVI fue asaltada por los piratas sarracenos y en el XVII se encerraron los
monjes en su recinto para evitar el contagio durante una epidemia de peste, lo
que sentó muy mal a los lugareños, que en venganza arrojaron los cadáveres de
los infectados por encima de la tapia.

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