Cuando Savinio visitó la isla
era invierno y la imagen que describe es dramática, casi aterroriza a quien la
lee. El sol de finales de verano favorecía pensamientos más lúdicos, más
tranquilizadores. El misterio era un regalo de las grutas, tan abundantes en
las paredes que tocaban el mar. Cuevas para ritos religiosos o iniciáticos o
para ocultar a los contrabandistas y los piratas.
Continuamos bajando abrigados
por los árboles. Las piernas se resentían y temían el previsible ascenso. La
naturaleza casi impedía la visión del mar, que se estructuraba en pequeñas calas
inaccesibles limitadas por rocas que sobresalían de las aguas.
Los jóvenes de la isla bajaban
hasta la Grotta di Matromania como
rito propiciatorio para el éxito de su enlace. Aquí se veneró a la Mater Magna, a Cibeles, la diosa frigia
de la naturaleza y los animales. Poco queda del antiguo ninfeo aunque el
vientre de la montaña aún desprende un aire divino.
Entre lentiscos, mirtos,
euforbias, ginestras o ágaves el camino empezó a remontar ligeramente. Los
árboles se abrían y volvían el mar y los acantilados. El ascenso era duro y
Lucía mentalizó a Amparo para que fuera a su ritmo. La labor dio su fruto y
coronaron por delante de Carlos, que hacía de enlace con José Luis y conmigo,
los fotógrafos.
El sendero de Pizzolungo, que
también denominan la espuela de Polifemo, es espectacular. Mira al mar infinito
desde la altura de un escalón de la montaña. Es una zona difícilmente
accesible, aislada, para gente que busca soledad infinita. En punta Masello, el
escritor Curzio Malaparte construyó la casa que lleva su nombre. Parece un
barco varado. El morro de la proa es una escalera que comunica con una amplia
terraza, como una ascensión sin límite. Los pinos la abrazan. Leí que la dejó
en herencia a la República Popular China, lo que provocó que un sobrino
impugnara el testamento. Durante años languideció y se deterioró. Continuaba
activa como lugar de estudio para arquitectos y celebración de eventos
culturales. Llegar no era fácil. Noventa y nueve peldaños eran el sacrificio
que había que ofrecer para alcanzarla. O, de otra forma, llegar por mar.

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