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Cuando los mitos se asoman al mar 16. Cuestas, grutas y senderos.


 

Cuando Savinio visitó la isla era invierno y la imagen que describe es dramática, casi aterroriza a quien la lee. El sol de finales de verano favorecía pensamientos más lúdicos, más tranquilizadores. El misterio era un regalo de las grutas, tan abundantes en las paredes que tocaban el mar. Cuevas para ritos religiosos o iniciáticos o para ocultar a los contrabandistas y los piratas.

Continuamos bajando abrigados por los árboles. Las piernas se resentían y temían el previsible ascenso. La naturaleza casi impedía la visión del mar, que se estructuraba en pequeñas calas inaccesibles limitadas por rocas que sobresalían de las aguas.



Los jóvenes de la isla bajaban hasta la Grotta di Matromania como rito propiciatorio para el éxito de su enlace. Aquí se veneró a la Mater Magna, a Cibeles, la diosa frigia de la naturaleza y los animales. Poco queda del antiguo ninfeo aunque el vientre de la montaña aún desprende un aire divino.



Entre lentiscos, mirtos, euforbias, ginestras o ágaves el camino empezó a remontar ligeramente. Los árboles se abrían y volvían el mar y los acantilados. El ascenso era duro y Lucía mentalizó a Amparo para que fuera a su ritmo. La labor dio su fruto y coronaron por delante de Carlos, que hacía de enlace con José Luis y conmigo, los fotógrafos.



El sendero de Pizzolungo, que también denominan la espuela de Polifemo, es espectacular. Mira al mar infinito desde la altura de un escalón de la montaña. Es una zona difícilmente accesible, aislada, para gente que busca soledad infinita. En punta Masello, el escritor Curzio Malaparte construyó la casa que lleva su nombre. Parece un barco varado. El morro de la proa es una escalera que comunica con una amplia terraza, como una ascensión sin límite. Los pinos la abrazan. Leí que la dejó en herencia a la República Popular China, lo que provocó que un sobrino impugnara el testamento. Durante años languideció y se deterioró. Continuaba activa como lugar de estudio para arquitectos y celebración de eventos culturales. Llegar no era fácil. Noventa y nueve peldaños eran el sacrificio que había que ofrecer para alcanzarla. O, de otra forma, llegar por mar.

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