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Cuando los mitos se asoman al mar 14. Marina Grande, el pueblo de Capri y una encrucijada.


 

Atravesamos la masa humana que había conquistado Marina Grande y nos montamos en el teleférico. La isla se fue desplegando con el telón de fondo del mar. Las casas quedaban salpicadas en el campo y en las cuestas. La sensación de placer mediterráneo crecía.

Nuevamente una gran masa humana nos recibió en lo alto. La ciudad de Capri servía de distribuidor de visitantes. Muchos se acumulaban en torno a las primeras calles y plazas. Las terrazas estaban llenas. El sol trabajaba a destajo. Mejor buscar la sombra.



Dejamos atrás la plaza Umberto I, tomamos la estrecha calle que nos habían indicado, continuamos según los carteles y abandonamos el agobio de la muchedumbre. Sin embargo, se sucedían las casas envidiables. El pueblo aún se extendía durante un buen rato.



Antes de la encrucijada de la Cruz, donde hay que elegir entre subir el monte Tiberio y continuar hasta Villa Jovis, la más famosa de las villas del sobrino y sucesor de Augusto, o continuar hacia Arco Naturale, nuestro destino, se abrían varias terrazas desde donde contemplamos el castillo, el de Barbarroja, Capri y el monte Solaro. Aún conservaba la isla sus bosques de pinos, altos cipreses y huertos de cítricos, si bien comprimidos por la fiebre urbanizadora. El aire se respiraba silencioso, el cielo estaba limpio de nubes y el único sonido era el de un pequeño y estrecho vehículo eléctrico que recorría la calle para recoger las basuras. Esa calle se convertía en camino un poco más lejos. Antes de iniciar el descenso divisamos el cabo Capo, la costa de Sorrento y, tímidamente, la bahía de Amalfi.

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