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Cuando los mitos se asoman al mar 12. Dualismo.


 

Entre el monte Tiberio, al este, y el más alto monte Solaro, al oeste, “la isla cede y se comba dulcemente”, como escribió Savinio. Lo que no pude captar en aquel instante fue cómo el mar penetraba “en un dulce arco a lamer la playa”. El puerto y las embarcaciones habían devorado esa imagen.



“Es notable el dualismo -nos traslada el escritor- que divide la vida de Capri en dos partes bien distintas: la callada y sencilla de los autóctonos, indígenas, aborígenes o como quiera llamárselos, y la exagerada, entre frívola y esteticista, de todos los emuladores de Ulises que, atraídos por el jamás apagado canto de las sirenas, convergen aquí desde los lugares más remotos del globo”.



Siguen viniendo a Capri gentes de todo el mundo. La diferencia es que muchos lo hacen en estancias cortas, de un día, de excursión de crucero o desde la costa, como nosotros. Hay quien viene una temporada pequeña. Y, supongo, que muchas de las casas que se esparcen por su geografía pertenecen a gentes que las utilizan como segundas viviendas. De los autóctonos deben quedar pocos. La presión del turismo y la especulación los han arrojado lejos del que fue su hogar. Nada queda de las muchachas que transportaban sus cargas sobre la cabeza, de los niños descalzos con sus cestos de pesca, de las barcas de madera durmiendo sobre la playa, de las redes secándose al sol, del ambiente rural del pasado. San Constanzo, patrón de Capri, se ha olvidado de ellos.

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