Cuando el perfil oriental de la
isla se evidenció -antes era una pequeña línea gruesa sobre el mar- los
pasajeros se volvieron más activos, se desperezaron, algunos se pusieron un
poco nerviosos, y otros se lanzaron a buscar un sitio en la proa para servir
como embajadores de la tropa que desembarcaría un rato después.
En 1926, Alberto Savinio, que
realmente se llamaba Andrea de Chirico, hermano de Giorgio de Chirico, y como él
pintor, además de escritor, visitó la isla y dejó un entrañable relato de su
experiencia con el mismo nombre de la isla. “Todos se precipitan, se agolpan en
el castillo de proa y, asomándose por encima de las batayolas, clavan sus
ávidos ojos en el fantasma de esa isla que surge, confuso y lejano, del corazón
del infecundo mar”. Casi un siglo antes Capri despertaba la misma ansiedad que
en la actualidad. Lo que no me había planteado es que Capri fuera un fantasma
ni que el mar fuera infecundo, quizá porque estaba surcado por varias
embarcaciones que transportaban turistas desde Amalfi, Sorrento o Nápoles. El
tráfico era intenso. Otras embarcaciones más pequeñas rodeaban la isla y las
más deportivas y lujosas exhibían su poderío.
Los acantilados del monte
Tiberio, al oeste, caían a pico y marcaban una frontera vertical contra la que
se estrellaban las olas. Era un entorno desierto. El contraste lo marcaba Marina
Grande con el caos de barcos que entraban y salían de su puerto. Mucha gente,
mucho movimiento, abundancia de casas, tiendas y restaurantes.
Si hubiera contemplado esta
escena el emperador Augusto no hubiera comprado la isla de los Jabalíes (del
griego kapros, y no de cabra) a
Nápoles a cambio de Ischia, y Tiberio hubiera renunciado a residir en ella y a
construir doce villas para las doce principales divinidades greco-romanas. Pero
una isla que ha sufrido incursiones sarracenas e invasiones lombardas,
normandas, angevinas, españolas, austriacas, inglesas -desembarcaron el 10 de
mayo de 1806- o francesas -cuando Joaquín Murat fue proclamado rey de Nápoles
en 1808 y Hudson Loe le rindió la plaza-, amén de la visita de artistas y
escritores en su recorrido por el sur de Europa en el Grand Tour, puede con todo. Hasta con la marabunta de turistas, los
nuevos corsarios.

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