Bajamos por las rampas de tierra
roja y nos encontramos con unos críos que exhibían su buena forma y
flexibilidad. Saltaban, hacían volatines y alguno se quedaba completamente
abierto de piernas en medio de la carretera. También exhibían su habilidad para
ir bosque a través y volver a repetir la escena y los bailes varias curvas más
abajo. Evidentemente, se ganaron una propina. La necesidad apretaba y la
imaginación de estos chavales era digna de un premio.
Paramos en un lugar donde la
vista sobre los lagos y las montañas era impresionante. Hábilmente, un vendedor
de telas había desplegado el muestrario para competir con el paisaje. En las
zonas llanas se extendían los campos de maíz y cereales.
Comimos en un restaurante
agradable a donde acudía la gente bien de la ciudad. Algunos celebraban la
graduación de una hija, un encuentro amistoso, una reunión familiar. También
había una reunión masiva, como un grupo de un congreso. A pesar de que estábamos
junto al lago y varios de los platos de la carta eran de pescado, nos dijeron
que no había, lo cual nos decepcionó profundamente.
La anécdota tuvo lugar cuando
Angela preguntó a Mamush si nos traían el postre. Él le contestó: “para qué van
a pedir postre si no se han comido los platos que han pedido”. Era cierto,
habíamos desperdiciado la valiosa comida que nos habían servido, no demasiado
gustosa. Al menos nos sirvieron café para quitarnos el sabor.
Nos despedimos de Mamush con
sincera amistad. A pesar de que sus explicaciones eran escasas había cumplido
bien con el grupo. Como dijera en una ocasión, éramos como su familia. Para
nosotros era nuestro hermano etíope.

0 comments:
Publicar un comentario