El pueblo era compacto. Estaba
tranquilo, con algunas mujeres y niños. Nuevamente, los hombres estaban
ausentes. Tanto unas como otros ofrecían sus artesanías, al principio sin
demasiada insistencia, después, ante la evidencia de que nos íbamos, de forma
machacona. También buscaban una foto y una propina, lo cual ya teníamos muy
asimilado como habitual. Nos resultó bastante llamativo que todo el mundo
tuviera móvil. Me pareció imposible que en ese rincón alejado hubiera
cobertura. El otro elemento occidental peculiar era un campo de fútbol en la
parte alta de la colina. Imaginé que saliera el balón del campo y pudiera bajar
hasta el lago.
Nos llevaron hasta una amplia
plaza con varias cabañas y una estancia comunal. Sentaron a todo el grupo, ofrecieron
aguardiente y una mezcla de una pasta con miel y dieron unas breves
explicaciones. Mientras, Ione detectó los disfraces de guerreros que me había
comentado días antes y le preguntó al guía el coste para alquilarlos. Mamush,
que siempre nos sorprendía, la vaciló un rato y le indicó que el coste era muy alto,
1000 birr. Ione quedó algo decepcionada. Mamush sonrió y le dijo que él se
hacía cargo de la cantidad que fuera.
Ella, Edu y yo nos vestimos con
pieles de leopardo, una cinta al pelo y unos pantalones coloridos que, en mi
caso, tuve que ajustar a modo de faldilla porque no tenía forma humana de
ponérmelos. Por supuesto, nuestras armas eran un escudo y una lanza. Nos
tomamos muy en serio nuestra condición de guerreros y exhibimos nuestra fiereza
con gestos amenazantes y una improvisada danza que era como las que habíamos
contemplado en ocasiones en la televisión. Captamos la atención de lugareños y
visitantes que alucinaron con nuestros gritos y danzas. Hasta los propios
habitantes del lugar abandonaron sus actividades, dejaron de intentar vender
souvenirs y se concentraron en nosotros. Nuestro conductor sacó su móvil y tomó
un video bastante completo de nuestra exhibición. Es posible que nuestra imagen
ya estuviera subida a YouTube.
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