Cuando nos acercábamos a la
cumbre apareció el bambú gigante, que asociamos con China o con el Sudeste
asiático, y las largas hojas del falso plátano o banano (que denominan kocho). Eran los dos elementos
esenciales para esta etnia ya que de ellos sacaban casi todos los componentes
básicos de su existencia. Con bambú construían, con hojas de falso plátano
recubrían las chozas. Con un tallo de bambú seco rascaban las cortezas del falso
plátano para sacar una fibra que era la base de su alimentación.
Las cabañas mostraban una forma
peculiar. Las casas-colmena podían alcanzar hasta doce metros y simulaban
cabezas de elefantes. La entrada se alargaba simulando el hocico o la trompa de
este mamífero. En la parte superior, se abrían dos respiraderos, que eran los
ojos. Según nos contó nuestro guía, este animal habitó la zona en otro tiempo y
lo recordaban con nostalgia.
Nada más entrar en el poblado
encontramos tres de estas cabañas. La central era más alta que las laterales.
Era habitual que tuvieran en la parte delantera un pequeño jardín. Aquí,
correspondía a un patio. En la parte trasera, se abría una huerta con las altas
hojas de falso banano que salían por encima de una empalizada. En la cabaña
central habitaba una familia. Las dos más pequeñas podían estar destinadas a
los hijos casados o tener funciones auxiliares, como casa para huéspedes,
taller o cocina. Con el tiempo, los hijos casados se emancipaban y construían
sus propias cabañas con el mismo tamaño de la principal.
La ventaja de estas
construcciones es que eran fácilmente trasladables, según las necesidades de
sus habitantes. En algún lugar leí que viajaban con la casa a cuestas.
Transcurridos unos setenta años se volvían a construir.
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