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Imágenes y palabras de Etiopía 165. No te pierdas el amanecer.


 

Puse el despertador a las seis de la mañana con la intención de no perderme el amanecer. Cuando sonó estuve tentado de ignorarlo y continuar en la cama. El dolor de estómago fue “salvador” y me obligó a salir corriendo hacia el baño. Hasta ese momento había aguantado bastante bien sin problemas gástricos. Al final, como el resto, caí. Era de esperar. Desde hacía dos o tres días mis tripas me podían traicionar y llevaba en la mochila, a mano, el Fortasec.



Lo peor era que había dormido mal. Al dolor de tripa se unía el cansancio de una noche en vela. Quizá fuera el viento, que había provocado que las ramas golpearan con insistencia el techo o simplemente que me había desvelado. El resultado era una desazón general. Sin pensarlo dos veces, tomé la cámara, el zoom largo y salí al mirador.



El regalo de la mañana fue impresionante. Antes de que saliera el sol por detrás de las montañas que circundaban los lagos, la luminosidad era suficiente para contemplar una escena idílica. Los animales saludaban con sus cantos y sonidos. Seguí buscando su presencia en el tupido bosque que se extendía a mis pies y en todas direcciones.

Una semana antes me perdí el espectáculo y me quedaba la duda de si sería tan hermoso el paisaje al alba. Ahora no había una segunda oportunidad. Charlé un rato con otro español que caminaba por el borde del mirador (no fui el único que tuvo esta misma idea) y salió el sol como un pequeño punto en el horizonte. Después se elevó, tomó fuerza, iluminó de plata la superficie del Abaya, se ocultó tras las nubes estratificadas. El resultado fue sorprendente, delicioso.



Jugué con los filtros de la cámara, sobre todo con los efectos que provocaba el sol. Fui combinando, buscando la teatralidad, los matices, los colores, las evoluciones. Todos esos efectos eran una réplica de mis sucesivos cambios de ánimo, de pensamientos, de gratificaciones para mi cuerpo deslavazado. El sol penetraba en mí, tanto por los ojos como por mi piel y mi espíritu. Se disolvía el malestar, avanzaba con decisión mi alma verdadera, me reconciliaba con el mundo, abandonaba la tristeza.



Apareció nuevamente Pablo y, un rato después, Ione y Edu. Cuando el sol ya había ganado su libertad y se había desprendido de los ropajes del amanecer nos fuimos a desayunar con tranquilidad.


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