La sensación de regreso y
conclusión se reflejaba en los rostros. Los baches de la carretera nos sacaban
temporalmente del ensimismamiento colectivo. Las nubes, hermosas y densas,
competían con un azul limpio y penetrante. Llanura, cultivos y ganado. El sol
se ejercitaba con fuerza.
No hubo nada reseñable durante
varios kilómetros hasta alcanzar un río donde la gente se bañaba desnuda, las
mujeres a un lado y los hombres al otro del puente, una imagen del trayecto de
ida. En el pueblo, el mercado había decaído pero aún conservaba algo de
animación. Después, una pista de tierra que se prolongó durante unos 25
kilómetros, ríos secos, maíz seco o recolectado. Y, muy al fondo, en el
horizonte, una banda que anunciaba el lago Chamo que se fue engrandeciendo
hasta tomar todo el protagonismo.
Paramos en una zona de marismas
con mucho encanto. Algunas zancudas completaban el paisaje. Buscamos
hipopótamos o cocodrilos, encontramos pescadores. Pasó un rebaño de vacas,
pacientes, cansinas.
El almuerzo tuvo lugar en Kanta
Lodge. Otro grupo nos había adelantado y nos había quitado nuestra mesa a la
sombra. Por ello, nos colocaron bajo un árbol que filtraba demasiado sol.
Algunos protestaron y buscaron el mejor abrigo de las ramas, insuficientes. Una
cerveza, el rancho habitual y un poco de diálogo animaron el almuerzo.

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