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Imágenes y palabras de Etiopía 161. Vistando Mechelo.


 

Quizá la razón de ello es que no dependían de los ingresos por el turismo. Producían sorgo y otros cereales en abundancia, a veces dos cosechas, tenían ganado que raramente sacrificaban y del que obtenían leche y queso y que utilizaban para los trabajos del campo. El pueblo estaba limpio y ordenado. Tenían fama de ser los más hacendosos, los más trabajadores de todo el sur. El sorgo les servía de alimento y también para producir una bebida que si fermentaba daba lugar a un aguardiente potente. Sin fermentar era una bebida tan sana que la podían tomar hasta los niños.



Pasada la entrada alcanzamos uno de sus lugares sagrados que nos mostraron con sensible orgullo. Había varias piedras alargadas y cuadradas que veneraban la memoria de algún guerrero. Las denominaban daga-hela y seguían un especial ritual de creación, transporte y colocación, lo que les convertía en una cultura megalítica. La curiosidad es que eran wakas sin rostro, lisas, sencillas y en una configuración especial, como en círculos concéntricos. En otras aldeas figuraban los rostros de personas relevantes, como las de los mercados o las de la carretera que tan seriamente habían defendido.



Más adelante, en una amplia plaza nos mostraron otro elemento llamativo: su calendario. Cada año iban añadiendo un nuevo palo a un pequeño grupo. En otros casos era un árbol plantado con cada generación. Como los había de diversas alturas preguntamos y nos indicaron que algunos habían sido parcialmente devorados por las termitas. En esa misma plaza había unas estelas y una construcción amplia y abierta, una gran choza de techo cónico con unas hermosas tallas. Era una estancia colectiva para los jóvenes, una mora. Los jóvenes tenían la obligación de vigilar el pueblo. Allí compartían su existencia hasta que se convertían en hombres y formaban una familia.



La comunidad se dividía en clanes o gadas, hasta nueve; en el caso de Mechelo eran cuatro. Cada uno tenía su propia autoridad religiosa o pokwalla. Esa organización avanzada permitía mantener las tradiciones. Habían abandonado casi completamente sus vestimentas tradicionales, pero no sus costumbres. Las mujeres aun vestían las coloridas faldas con una faldilla que se repetía en el tejado de las chozas.

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