Quizá la razón de ello es que no
dependían de los ingresos por el turismo. Producían sorgo y otros cereales en
abundancia, a veces dos cosechas, tenían ganado que raramente sacrificaban y
del que obtenían leche y queso y que utilizaban para los trabajos del campo. El
pueblo estaba limpio y ordenado. Tenían fama de ser los más hacendosos, los más
trabajadores de todo el sur. El sorgo les servía de alimento y también para
producir una bebida que si fermentaba daba lugar a un aguardiente potente. Sin
fermentar era una bebida tan sana que la podían tomar hasta los niños.
Pasada la entrada alcanzamos uno
de sus lugares sagrados que nos mostraron con sensible orgullo. Había varias
piedras alargadas y cuadradas que veneraban la memoria de algún guerrero. Las
denominaban daga-hela y seguían un
especial ritual de creación, transporte y colocación, lo que les convertía en
una cultura megalítica. La curiosidad es que eran wakas sin rostro, lisas, sencillas y en una configuración especial,
como en círculos concéntricos. En otras aldeas figuraban los rostros de
personas relevantes, como las de los mercados o las de la carretera que tan
seriamente habían defendido.
Más adelante, en una amplia
plaza nos mostraron otro elemento llamativo: su calendario. Cada año iban
añadiendo un nuevo palo a un pequeño grupo. En otros casos era un árbol
plantado con cada generación. Como los había de diversas alturas preguntamos y
nos indicaron que algunos habían sido parcialmente devorados por las termitas.
En esa misma plaza había unas estelas y una construcción amplia y abierta, una
gran choza de techo cónico con unas hermosas tallas. Era una estancia colectiva
para los jóvenes, una mora. Los
jóvenes tenían la obligación de vigilar el pueblo. Allí compartían su
existencia hasta que se convertían en hombres y formaban una familia.
La comunidad se dividía en
clanes o gadas, hasta nueve; en el caso de Mechelo eran cuatro. Cada uno
tenía su propia autoridad religiosa o pokwalla.
Esa organización avanzada permitía mantener las tradiciones. Habían abandonado
casi completamente sus vestimentas tradicionales, pero no sus costumbres. Las
mujeres aun vestían las coloridas faldas con una faldilla que se repetía en el
tejado de las chozas.
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