Los Konso habían desarrollado un
eficaz sistema de cultivos abancalados en las colinas aprovechando de esa forma
las lluvias. La tierra era seca y pobre y les había obligado a desarrollar
ingeniosas técnicas de ingeniería para consolidar sus cultivos. Depósitos,
presas o cisternas se diseminaban en el paisaje y eran mantenidos conforme a
unas reglas ancestrales de la comunidad. Los ríos estaban secos pero la zona
mantenía el color verde sinónimo de vida y prosperidad. En el paisaje aparecían
las chozas de los poblados y en algunos casos otras aisladas, como salpicadas
aleatoriamente.
En uno de esos poblados
localizamos una waka compuesta por
varias figuras de un gran atractivo. Paramos y desde el vehículo empezamos a
hacer fotos. De pronto, se produjo un revuelo y unos niños salieron con ímpetu
para interponerse entre las figuras y las cámaras. Al principio creímos que lo
hacían porque querían ser los protagonistas. Inmediatamente nos quedó claro que
no querían que fotografiáramos la representación del espíritu de un valiente,
que era lo que simbolizaba. Para ellos, era algo sagrado y para nosotros un
souvenir o un motivo de envidia que mostraríamos a nuestros amigos y
familiares. Lejos de cesar de hacer fotos, los que no tenían una buena visión
sobre ese lado del autobús, se abalanzaron a por el trofeo. Salieron dos
hombres mayores y se interpusieron delante de las figuras. Ahora impedían
cualquier visión y hacían gestos ostensibles para que cesaran los disparos
fotográficos. Mamush bajó para negociar que nos dejaran visitarla. Los hombres,
sin embargo, se negaban. Uno de ellos, con traje, era el policía local. La
razón que daba es que últimamente habían desaparecido figuras en las aldeas
cercanas. Las piezas habían sido vendidas en los mercados y los espíritus
habían quedado mancillados. Antes se podía visitar pagando 10 birr. Ahora
pedían 100 birr. En definitiva, lo impedían para sacar más tajada. Una
contradicción evidente.
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