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Cuando los mitos se asoman al mar 5. Revello, belleza en las alturas I

 


Positano estaba rodeada de localidades con nombres de santos, algo por otra parte habitual en territorios católicos. Los santos eran necesarios para atraer el buen fario a estos pueblos que habían vivido volcados a lo que la naturaleza les ofrecía.

El trayecto hasta Ravello regalaba otros hermosos lugares, como Praiano y su pueblo de pescadores, Furore y su fiordo, un entrante en la roca mayor que los habituales barrancos, o Conca dei Marini, que “trepaba por las crestas rocosas, perezosamente extendida al sol de la costa”, según un folleto informativo. Torres de vigía, pequeñas iglesias, puertos encantadores, pueblos con sabor antiguo y un aroma de intemporalidad.



Amalfi era la referencia para un desvío hacia la montaña tras el minúsculo Atrani, “fascinante y pintoresco vértigo de hermosura”, como leímos. La carretera era tan estrecha que habían instalado un semáforo para dosificar el paso de los vehículos en cada sentido. El sol empezaba a declinar y trazaba un reflejo hermoso en el mar. Para modificar la perspectiva nada mejor que las numerosas curvas cerradas.



Aún me pregunto cuál fue la razón de instalar varios pueblos en estas alturas inaccesibles en otros tiempos. Desde luego, su defensa era más fácil. Los piratas y otros villanos o ejércitos atacarían con preferencia a los pueblos costeros. O quizá aquí los aires eran más saludables o los pastos y las tierras más productivas. Eran sólo 5 kilómetros, pero de una dureza tremenda. Y una belleza paisajística inmensa. Scala asomaba aún más arriba en el camino.

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