Terminada la comida nos
aventuramos a seguir la calle y a asomarnos por todas partes. Cada rincón
ofrecía una vista impactante: una torre convertida en vivienda con su piscina
en lo alto, un hotel de lujo sereno, tiendas con encanto y precios
prohibitivos, turistas admirados y contentos. Todo contagiado de optimismo.
Avanzamos desatados como el viento.
Sentíamos la necesidad de ser
parte de ese escenario, de introducirnos por las escaleras, por las
callejuelas, de buscar la esencia entre rústica y sofisticada de Positano, el
pasado sencillo y el presente lujoso. Lo que quizá faltaba era el contacto con
los auténticos habitantes del lugar, los de toda la vida, los que guardaban las
raíces de este pueblo y de su identidad.
El consejo que ofrecía la guía
era sabio: subir en autobús hasta lo más alto y bajar andando. Así lo hicimos
durante un buen trecho hasta que Carlos y yo remontamos andando para recoger el
coche y contactar con los demás en la parte baja.
En el parking tuvimos un
desagradable incidente que pudo ser más grave. La organización brillaba por su
ausencia. Los dos empleados -la tercera, cobraba a los clientes- corrían en
busca de los vehículos y los sacaban con excesiva rapidez y sin ningún cuidado.
Unos turistas se quejaban de que su coche tenía un golpe, lo que les supondría
un cargo de la empresa de alquileres. Se montó una discusión tremenda. De
pronto, escuché un golpe seco y me temí lo peor. Lo peor era que el atropellado
era Carlos, que estaba tirado en el suelo. Pero se levantó por sus propios
medios y empezó a increpar al empleado, que encima se puso chulo y le echó la
culpa por interceptar el paso, como si Carlos le hubiera atropellado. Eso
encrespó aún más a mi sobrino y se montó una de cuidado. Carlos se dolía de la
rodilla, aunque podía caminar. El que reclamaba por el golpe le aconsejó
denunciarles en la policía, lo que hubiéramos hecho con toda lógica. El hombre
nos hubiera acompañado para hacer doblete. Después de mucho discutir y gritar
tomamos el coche, nos subimos y nos largamos con un cabreo tremendo. Carlos
estaba dolorido pero, sobre todo, estaba indignado por la chusma del parking.
La familia nos recibió
preocupada.
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