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Cuando los mitos se asoman al mar 4. Positano o la geometría imposible II

 


Terminada la comida nos aventuramos a seguir la calle y a asomarnos por todas partes. Cada rincón ofrecía una vista impactante: una torre convertida en vivienda con su piscina en lo alto, un hotel de lujo sereno, tiendas con encanto y precios prohibitivos, turistas admirados y contentos. Todo contagiado de optimismo. Avanzamos desatados como el viento.



Sentíamos la necesidad de ser parte de ese escenario, de introducirnos por las escaleras, por las callejuelas, de buscar la esencia entre rústica y sofisticada de Positano, el pasado sencillo y el presente lujoso. Lo que quizá faltaba era el contacto con los auténticos habitantes del lugar, los de toda la vida, los que guardaban las raíces de este pueblo y de su identidad.



El consejo que ofrecía la guía era sabio: subir en autobús hasta lo más alto y bajar andando. Así lo hicimos durante un buen trecho hasta que Carlos y yo remontamos andando para recoger el coche y contactar con los demás en la parte baja.

En el parking tuvimos un desagradable incidente que pudo ser más grave. La organización brillaba por su ausencia. Los dos empleados -la tercera, cobraba a los clientes- corrían en busca de los vehículos y los sacaban con excesiva rapidez y sin ningún cuidado. Unos turistas se quejaban de que su coche tenía un golpe, lo que les supondría un cargo de la empresa de alquileres. Se montó una discusión tremenda. De pronto, escuché un golpe seco y me temí lo peor. Lo peor era que el atropellado era Carlos, que estaba tirado en el suelo. Pero se levantó por sus propios medios y empezó a increpar al empleado, que encima se puso chulo y le echó la culpa por interceptar el paso, como si Carlos le hubiera atropellado. Eso encrespó aún más a mi sobrino y se montó una de cuidado. Carlos se dolía de la rodilla, aunque podía caminar. El que reclamaba por el golpe le aconsejó denunciarles en la policía, lo que hubiéramos hecho con toda lógica. El hombre nos hubiera acompañado para hacer doblete. Después de mucho discutir y gritar tomamos el coche, nos subimos y nos largamos con un cabreo tremendo. Carlos estaba dolorido pero, sobre todo, estaba indignado por la chusma del parking.

La familia nos recibió preocupada.



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