La llegada a los hoteles se
había convertido en continuas batallas campales. El Jinka Resort, del que
Mamush ya nos había advertido de que era “normalito”, resultó ser un hotel con
espanto. Provocó un estallido de quejas.
Los hoteles en Etiopía eran una
caja de sorpresas. En uno no funcionaban las cisternas, en otro no había agua
caliente o agua de ningún tipo. Los apagones eran frecuentes, no había
calefacción (en el sur no era importante, pero en el norte era un problema
grave), no cerraban las ventanas o no abrían las puertas. En el Jinka se
producía un compendio de todo ello.
Una habitación en el Jinka
costaba unos 30 dólares. Teniendo en cuenta que había pagado más de 4000 euros,
alguien se estaba forrando a nuestra costa. La alternativa más viable era el
Eco Omo, que costaba 110 dólares. Los demás hoteles de la población eran
lamentables.
En todos faltaba un
mantenimiento básico. Las instalaciones de luz y agua eran horrorosas, los
pomos se caían y nadie reparaba las goteras. Como tenía que elegir entre unas
cosas y otras rechacé una habitación en que la cisterna obligaba a un previo
curso de ingeniería básica y me refugié en una habitación con goteras y con los
pomos destrozados y completamente oxidados. La mosquitera estaba en buen estado
y el agua parecía salir con cierta alegría.
No se debe de confundir la
aventura con la estafa. Los operadores venden viajes de aventura que hacen
quedar bien a la gente, exaltando su gen sufridor, y realmente lo que están
vendiendo, a conciencia, es un servicio nefasto con el que se ahorran una enorme
cantidad de dinero, aumentando sus beneficios, a costa de la imbecilidad del
prójimo. Protestar queda mal, porque es un signo de debilidad, de no ser un
auténtico viajero, de no haber fortalecido ese gen aventurero. Que cada cual
evalúe según su conciencia, clientes sufridores y tour operadores jetas.
Comimos a pocos metros, en un
local denominado Gojo. Era un local
abierto, con gente local. Nos situaron a la sombra. A nuestro lado estaba un
matrimonio catalán (él era inglés) y sus tres hijos, rubitos y de ojos claros.
Les acompañaba un niño etíope con unos potentes ojos claros y al que habían
invitado a comer. El niño disfrutaba con ello. Me llamó también la atención las
caras de los hijos de la pareja, que alucinaban con lo que estaban viendo. A la
vista de aquella muestra de generosidad decidimos que había que seguir su
ejemplo y reunimos una parte de nuestra comida para que la devoraran unos críos
de la calle.
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