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Imágenes y palabras de Etiopía 146. Hotel con espanto.


 

La llegada a los hoteles se había convertido en continuas batallas campales. El Jinka Resort, del que Mamush ya nos había advertido de que era “normalito”, resultó ser un hotel con espanto. Provocó un estallido de quejas.

Los hoteles en Etiopía eran una caja de sorpresas. En uno no funcionaban las cisternas, en otro no había agua caliente o agua de ningún tipo. Los apagones eran frecuentes, no había calefacción (en el sur no era importante, pero en el norte era un problema grave), no cerraban las ventanas o no abrían las puertas. En el Jinka se producía un compendio de todo ello.

Una habitación en el Jinka costaba unos 30 dólares. Teniendo en cuenta que había pagado más de 4000 euros, alguien se estaba forrando a nuestra costa. La alternativa más viable era el Eco Omo, que costaba 110 dólares. Los demás hoteles de la población eran lamentables.



En todos faltaba un mantenimiento básico. Las instalaciones de luz y agua eran horrorosas, los pomos se caían y nadie reparaba las goteras. Como tenía que elegir entre unas cosas y otras rechacé una habitación en que la cisterna obligaba a un previo curso de ingeniería básica y me refugié en una habitación con goteras y con los pomos destrozados y completamente oxidados. La mosquitera estaba en buen estado y el agua parecía salir con cierta alegría.

No se debe de confundir la aventura con la estafa. Los operadores venden viajes de aventura que hacen quedar bien a la gente, exaltando su gen sufridor, y realmente lo que están vendiendo, a conciencia, es un servicio nefasto con el que se ahorran una enorme cantidad de dinero, aumentando sus beneficios, a costa de la imbecilidad del prójimo. Protestar queda mal, porque es un signo de debilidad, de no ser un auténtico viajero, de no haber fortalecido ese gen aventurero. Que cada cual evalúe según su conciencia, clientes sufridores y tour operadores jetas.



Comimos a pocos metros, en un local denominado Gojo. Era un local abierto, con gente local. Nos situaron a la sombra. A nuestro lado estaba un matrimonio catalán (él era inglés) y sus tres hijos, rubitos y de ojos claros. Les acompañaba un niño etíope con unos potentes ojos claros y al que habían invitado a comer. El niño disfrutaba con ello. Me llamó también la atención las caras de los hijos de la pareja, que alucinaban con lo que estaban viendo. A la vista de aquella muestra de generosidad decidimos que había que seguir su ejemplo y reunimos una parte de nuestra comida para que la devoraran unos críos de la calle.

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