Ione preguntó a Mamush si visitaríamos algún poblado de la etnia Karo, una de las más peculiares ya que se pintaban el cuerpo y la cara con complejos diseños. Por asimilación, otras etnias habían copiado esta costumbre para atraer a los turistas, que pagaban bien las fotos con cuerpos decorados. Si nuestro vehículo hubiera sido un cuatro por cuatro ese desplazamiento hubiera sido posible ya que los tiempos se hubieran reducido a la mitad. Con nuestro vehículo, hubiera sido una excursión de unas cinco horas, lo que nos hubiera impedido llegar a Jinka según lo programado y realizar la visita que se había establecido para esa jornada.
Probablemente si algún amigo o
conocido te mostró sus fotos de Etiopía y, especialmente, las de las tribus del
Sur, quizá te enseñó una de un río ancho y plácido que forma un meandro no
demasiado pronunciado, y que abarca un horizonte extenso. La foto podía ir
acompañada del viajero, de un cielo subyugante o de un guerrero con fusil y el
cuerpo cubierto de pinturas blancas. El amigo o conocido había visitado un
poblado de la tribu Karo.
La población de esta etnia era
muy escasa, algo más de mil individuos que se dedicaban a la agricultura
(sorgo, alubias y maíz), la ganadería (ovejas, cabras y vacas), la recolección,
la caza y la pesca. El río Omo les ofrecía una parte importante de su sustento.
La caza y la pesca eran rechazadas de acuerdo a sus tabúes ancestrales, pero no
les había quedado más remedio que adaptarse a un medio hostil en que poco
podían esperar del gobierno.
En un artículo de Sergi Ramis
publicado en el monográfico sobre el país de la revista Altaïr, leí un párrafo
que era muy significativo sobre ese abandono institucional y su entorno
socio-económico:
Léase lo
que viene a continuación con todo el respeto: si los Karo fueran una especie
animal o vegetal, serían conocidos en el mundo entero y estarían protegidos por
una multitud de tratados internacionales. Habría organizaciones no
gubernamentales que intentarían que su hábitat no se echara a perder, que su
población creciera, que no hubiera interferencias en sus esquemas de vida
tradicional… Porque los Karo, esa cultura que se asienta en la orilla del río
Omo, en la región más meridional de Etiopía, son hoy menos de mil personas.
Más adelante, afirmaba que una
matanza o una epidemia podría extinguir de la noche a la mañana este grupo
étnico y sus costumbres, que compartían parcialmente con los Hamer, como la
ceremonia de iniciación del salto del toro.
Esa peculiaridad de la
decoración corporal resaltaba la belleza, exhibía su posición en el grupo,
tanto personal como familiar, y mostraba la muerte de un enemigo o un animal
feroz, según la guía. Algo así como un compendio de su historia y personalidad.
El cuerpo se poblaba de adornos en pintura blanca según un diseño tradicional.
No eran dibujos aleatorios, como pude leer y nos explicaron. Nada se dejaba al
azar. Como tampoco carecían de significado los peinados con grasa animal y
barro o los adornos a base de collares, cuentas o plumas. Ni las
escarificaciones o cicatrices que exhibían la fortaleza del individuo.
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