Realizamos una nueva parada para
presentar la denuncia en la Police South. Era un lugar peculiar. El patio
mostraba una ambulancia desvencijada de la Cruz Roja internacional. Se
cabrearon bastante cuando hice una fotografía y dejaron muy claro que me abstuviera
de fotografiar dentro del recinto. Cuando me asomé al interior de una de las
destartaladas habitaciones comprobé que se almacenaban bolsas de Unicef, polvo
de varias generaciones o un archivador metálico de la napoleónica que estaba
completamente desencajado. La cárcel
parecía un corralito. Ondeaban la bandera etíope y la de Devu (o algo así) con
una choza en el centro. El sol era terrorífico. Peor aún era el baño, donde las
moscas vomitaban espantadas.
Dentro, se alargaban las
gestiones. Llamaron a Turmi para confirmar los hechos, Mamush tuvo que redactar
una declaración y firmarla, los documentos pasaron de unas manos a otras para
firmarlos y sellarlos. La burocracia etíope era espantosa. E inútil.
Ione aprovechó para charlar un
rato con dos policías. Uno de ellos, bastante alto, hablaba inglés y le
presentó a dos policías femeninas de la etnia Arbore (o Arboré, con acento),
simpáticas y luminosas. A primera vista, era prácticamente imposible conocer su
etnia. Estaban asimiladas a un mundo más estandarizado y ajeno a las costumbres
tradicionales de aquellos pueblos. Uno de los rasgos principales de esta etnia
se cumplía: las dos policías llevaban el rostro pintado.
Era un pueblo esencialmente
ganadero, propio de su itinerancia. El ganado era la medida de sus
transacciones, como también lo era para otras etnias. Cada vez eran más
sedentarios, lo que implicaba una mayor dedicación a la agricultura. Leí que
tenían o habían tenido continuos enfrentamientos con los otros pueblos vecinos
a consecuencia de los pastos. Oromos, Hamer y Sidamos eran sus enemigos
tradicionales. Durante la ocupación italiana se acercaron a los europeos, lo
que posteriormente fue utilizado como excusa para los ataques de esos vecinos a
ambos lados de la frontera con Kenia, que quedó indefinida tras la
independencia de este país.
Evidentemente, ninguna de ellas
llevaba los adornos propios de su pueblo: colgantes, pulseras, el tocado en la
cabeza que podía consistir en una tela, un turbante, una pluma, una piel o una
calabaza, a veces con mucho arte. Las mujeres casadas llevaban falda de tela,
mientras que las solteras la llevaban de piel de cabra, elemento que las
distinguía claramente. En sus poblados, no se cubrían el pecho.
Leí que las mujeres eran más
cercanas que los hombres, que solían estar lejos de la aldea pastoreando, lo
que había provocado que fueran ellas las que más directamente se habían
relacionado con turistas y viajeros. Las policías habían mantenido esa cercanía.
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