Buska Lodge no quería ser
pretencioso, como dejaba claro en su web corporativa. Era un eco-lodge que buscaba dar servicio a sus
clientes en los llanos de Buska Mountains armonizado en el entorno natural y
ofreciendo internarse en la cultura Hamer. Era un auténtico vergel con más de
120 especies de plantas, flores, arbustos y árboles. Sabor africano en estado
puro.
Sobre una superficie de 30.000
m² habían construido un campamento con cómodas tiendas de campaña (para mí,
familiares) y unas cabañas sencillas y acogedoras. El personal, como en otros
lugares, era amable y algo más eficiente que en otros establecimientos. El
precio por noche de una tienda individual con cama era de 23 dólares. Sin
ella,13 dólares. Una cabaña individual costaba 98 y si era doble 129. Entre sus
servicios ofrecían organizar un fuego de campaña o una representación con la
danza Evangadi de los Hamer, previa petición. También masajes para los
clientes. En el restaurante, comida europea y etíope, buffet y barbacoa.
La cena fue una repetición del
menú del almuerzo. Lo atractivo de las cenas era la puesta en común, cuando nos
sentábamos todos en la larga mesa de nuestro grupo y charlábamos animadamente
sobre los diversos aspectos del día. Hubiera preferido el fuego de campaña,
como viví en el parque Kruger, en Sudáfrica.
Al terminar, aún permanecimos un
buen rato sentados y contemplando como los empleados del campamento retiraban
todos los elementos de la escena y preparaban las mesas para los desayunos. Es
evidente que estaban deseando que finalizamos para poder descansar. Empezó un
goteo de personas que se fueron a dormir y quedamos los incondicionales de la
noche.
Recordé un poema, Cerrada, del gran poeta español Vicente
Aleixandre:
Campo desnudo. Sola
La noche inerme. El
viento
Insinúa latidos
Sordos contra sus
lienzos.
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