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Imágenes y palabras de Etiopía 138. La ceremonia del salto del toro.


 

La práctica por la que eran más conocidos los Hamer era la ceremonia de iniciación de los varones para ser considerados adultos: la ceremonia del salto del toro. El rito marcaba ese tránsito y también proporcionaba pareja para formar una familia. Los jóvenes se entrenaban durante mucho tiempo para saltar al grupo de toros. Los que no lo conseguían estaban condenados a no tener pareja y serían apartados. Aquellos jóvenes que tenían alguna tara física no estaban obligados a realizarla. En la ceremonia participaba todo el pueblo y era un espectáculo impresionante. Agrupaban varios toros y los muchachos tenían que saltar por encima de ellos varias veces. El problema es que las pieles de esos toros estaban engrasadas con lo que las posibilidades de resbalar y caer eran bastante amplias.

Después de ese paso iniciático debían estar varios meses en el campo cuidando el ganado. Quizá ésta fuera la razón de que no viéramos a los hombres.



Pero la parte más brutal era cuando los jóvenes fustigaban a las muchachas con las que querían casarse. Laceraban su piel y esas escarificaciones les daban prestigio social ya que demostraban que eran fuertes y valientes. En algunos poblados se había suprimido esta práctica de fustigar a las jóvenes ante la presión de los misioneros, aunque con poco éxito. Lo que me sorprendió es que los turistas quisieran asistir, y que lo buscaran con fervor, pese a considerar que era una práctica salvaje. Por una parte, estábamos luchando contra la violencia de género y por otra estábamos favoreciendo indirectamente que pegaran a las niñas. Para mí era un contrasentido, algo incomprensible.



Meses después, viendo la película El amanecer del planeta de los simios, tuve una aportación nueva sobre ese aspecto. En un momento de la película uno de los simios le dice a otro, tras regresar de una cacería: las cicatrices te hacen fuerte. Ha sido valiente pero también imprudente. Podía haber perdido la vida y se lo reprocha su padre. Él está compungido por no recibir los halagos por su gesto de valentía. Consideraba que tenía que demostrar su fuerza. La fuerza imperaba como ley en las poblaciones primitivas. Es quizá este aspecto el que determina una lectura más suave sobre esos latigazos, esas laceraciones y esa exhibición de las cicatrices con orgullo.

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