La práctica por la que eran más
conocidos los Hamer era la ceremonia de iniciación de los varones para ser
considerados adultos: la ceremonia del salto del toro. El rito marcaba ese
tránsito y también proporcionaba pareja para formar una familia. Los jóvenes se
entrenaban durante mucho tiempo para saltar al grupo de toros. Los que no lo
conseguían estaban condenados a no tener pareja y serían apartados. Aquellos
jóvenes que tenían alguna tara física no estaban obligados a realizarla. En la
ceremonia participaba todo el pueblo y era un espectáculo impresionante.
Agrupaban varios toros y los muchachos tenían que saltar por encima de ellos
varias veces. El problema es que las pieles de esos toros estaban engrasadas
con lo que las posibilidades de resbalar y caer eran bastante amplias.
Después de ese paso iniciático
debían estar varios meses en el campo cuidando el ganado. Quizá ésta fuera la
razón de que no viéramos a los hombres.
Pero la parte más brutal era
cuando los jóvenes fustigaban a las muchachas con las que querían casarse.
Laceraban su piel y esas escarificaciones les daban prestigio social ya que
demostraban que eran fuertes y valientes. En algunos poblados se había suprimido
esta práctica de fustigar a las jóvenes ante la presión de los misioneros,
aunque con poco éxito. Lo que me sorprendió es que los turistas quisieran
asistir, y que lo buscaran con fervor, pese a considerar que era una práctica
salvaje. Por una parte, estábamos luchando contra la violencia de género y por
otra estábamos favoreciendo indirectamente que pegaran a las niñas. Para mí era
un contrasentido, algo incomprensible.
Meses después, viendo la
película El amanecer del planeta de los
simios, tuve una aportación
nueva sobre ese aspecto. En un momento de la película uno de los simios le dice
a otro, tras regresar de una cacería: las cicatrices te hacen fuerte. Ha sido
valiente pero también imprudente. Podía haber perdido la vida y se lo reprocha
su padre. Él está compungido por no recibir los halagos por su gesto de
valentía. Consideraba que tenía que demostrar su fuerza. La fuerza imperaba
como ley en las poblaciones primitivas. Es quizá este aspecto el que determina
una lectura más suave sobre esos latigazos, esas laceraciones y esa exhibición
de las cicatrices con orgullo.
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