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Imágenes y palabras de Etiopía 131. Verde, amarillo y rojo. Y la experiencia nocturna.


 

Verde, amarillo y rojo eran los colores de la bandera de Etiopía. Se repetían incesantemente en las vallas de los inmuebles y en otros muchos lugares. El verde era el color de los campos, aquí más bien escaso, que acompañaba el amarillo del sol o el rojo de las tierras ferruginosas o de los atardeceres.

La primera noche de campamento se había saldado con bastante éxito. También, con una desbandada. Solamente permanecimos Guillermina, Ione y Edu. Teresa y Ángel se cambiaron al día siguiente y Fernando y Pablo no resistieron esa primera noche y se cambiaron a los bungalows sin demora, donde ya estaba el resto del grupo. Cierto que dentro hacía algo de calor al principio, pero luego el viento y la bajada de la temperatura obligaron a taparse. La entrada y salida obligaban a ciertos equilibrios y contorsiones. No hubo mosquitos, el colchón era confortable y la almohada bastante buena. Y había que disfrutar del contacto con la naturaleza.

A unos metros nos acompañaban dos matrimonios franceses. Uno de sus elementos roncaba como un animal y se tiraba unos pedos salvajes, lo que me obligó a contratacar con unos ronquidos que saqué del alma. Según mi amigo Fernando, el ronquido es un eficaz sistema de defensa que ahuyenta a los animales salvajes, especialmente a las fieras. Hasta las vacas que pastaban plácidamente en los alrededores desaparecieron.

La experiencia campista o el placer del bungalow fueron el principal motivo de conversación en el desayuno y en el vehículo rumbo hacia Kenia. Nos quedamos a algo menos de 30 kilómetros de ese país.

Me desperté temprano, sobre las 6,30, de forma natural, o sea, con una necesidad imperiosa de ir al baño. Me separaban de las duchas y los baños unos 50 metros, estaban limpios a primera hora y la ducha me reconfortó bastante. Como aún era pronto (me asombró lo temprano que se levantaba la gente), me senté ante la tienda y estuve escribiendo un rato. El cielo estaba cubierto, la luz era suave y el campo circundante emitía sus sonidos rítmicos animales. Desayuné a las 8 y a las 8.30 nos pusimos en movimiento.

El primer tramo de carretera se me hizo eterno, a pesar de ser solamente 5 kilómetros. La pista de tierra estaba en un estado lamentable. Los socavones eran tan profundos que podían hacer volcar a un vehículo. Solamente la pericia del conductor, enorme, nos salvó de algún susto. Las lluvias habían arañado el terreno con tanto ahínco que la carretera era inexistente.


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