Verde, amarillo y rojo eran los
colores de la bandera de Etiopía. Se repetían incesantemente en las vallas de
los inmuebles y en otros muchos lugares. El verde era el color de los campos,
aquí más bien escaso, que acompañaba el amarillo del sol o el rojo de las
tierras ferruginosas o de los atardeceres.
La primera noche de campamento
se había saldado con bastante éxito. También, con una desbandada. Solamente
permanecimos Guillermina, Ione y Edu. Teresa y Ángel se cambiaron al día
siguiente y Fernando y Pablo no resistieron esa primera noche y se cambiaron a
los bungalows sin demora, donde ya estaba el resto del grupo. Cierto que dentro
hacía algo de calor al principio, pero luego el viento y la bajada de la
temperatura obligaron a taparse. La entrada y salida obligaban a ciertos
equilibrios y contorsiones. No hubo mosquitos, el colchón era confortable y la
almohada bastante buena. Y había que disfrutar del contacto con la naturaleza.
A unos metros nos acompañaban
dos matrimonios franceses. Uno de sus elementos roncaba como un animal y se
tiraba unos pedos salvajes, lo que me obligó a contratacar con unos ronquidos
que saqué del alma. Según mi amigo Fernando, el ronquido es un eficaz sistema
de defensa que ahuyenta a los animales salvajes, especialmente a las fieras.
Hasta las vacas que pastaban plácidamente en los alrededores desaparecieron.
La experiencia campista o el
placer del bungalow fueron el principal motivo de conversación en el desayuno y
en el vehículo rumbo hacia Kenia. Nos quedamos a algo menos de 30 kilómetros de
ese país.
Me desperté temprano, sobre las
6,30, de forma natural, o sea, con una necesidad imperiosa de ir al baño. Me
separaban de las duchas y los baños unos 50 metros, estaban limpios a primera
hora y la ducha me reconfortó bastante. Como aún era pronto (me asombró lo
temprano que se levantaba la gente), me senté ante la tienda y estuve
escribiendo un rato. El cielo estaba cubierto, la luz era suave y el campo
circundante emitía sus sonidos rítmicos animales. Desayuné a las 8 y a las 8.30
nos pusimos en movimiento.
El primer tramo de carretera se
me hizo eterno, a pesar de ser solamente 5 kilómetros. La pista de tierra
estaba en un estado lamentable. Los socavones eran tan profundos que podían
hacer volcar a un vehículo. Solamente la pericia del conductor, enorme, nos
salvó de algún susto. Las lluvias habían arañado el terreno con tanto ahínco
que la carretera era inexistente.
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