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Imágenes y palabras de Etiopía 132. Un incidente en el camino.


 

El paisaje ofrecía cabras ramoneando las acacias espinosas, babuinos que permanecían estirados como personas, el matorral alto de la sabana que se balanceaba. Pájaros negros y blancos saltaron por las copas de los árboles y por los matorrales. Pasó un grupo de gallinas de Guinea, azules, grandes, orondas. Por encima del verdor aparecían termiteros altos y delgados, como falos hacia el cielo o dedos que salían de la tierra. Empezó a caer una ligerísima lluvia.

La carretera de asfalto había sido construida, cómo no, por los chinos, que buscaban petróleo en la zona o instalar varias fábricas de azúcar en el valle del Omo. Comentamos que éste podía ser el fin de aquel paisaje virgen y salvaje ya que esas fábricas tenían un potencial contaminante y destructor desmedido.



Recuerdo una sensación de desolación. Ese recuerdo se asocia con un solitario indígena con su porte majestuoso y sus andares elegantes que rompía el vacío. Mantuvo su mirada sobre nosotros mientras avanzábamos.

De repente, el conductor frenó. Dos mujeres y un enjambre de niños interceptaron el vehículo y se pusieron a gritar. Las dos mujeres se pegaron materialmente a la parte delantera del vehículo con el fin de evitar que pudiera avanzar. Los niños llevaban piedras en las manos y su mirada era radicalmente hostil. Pablo abrió una de las ventanas y les entregó algunos birrs y alguna cosa más. No quedaron contentos con ello y rechazaron los regalos. Querían más dinero. La discusión empezó a subir de tono y se escuchó el impacto de una piedra pequeña contra la chapa. Algún otro amagó con lanzar más piedras. Se hizo un silencio absoluto en el interior del vehículo.

Mamush bajó del bus e increpó a las mujeres. Los niños salieron despavoridos pero la actitud de claro enfrentamiento de las mujeres les animó a regresar más envalentonados, siempre desviando la mirada hacia las mujeres que eran las líderes de aquel ataque. Incluso le agarraron del brazo y se produjo un forcejeo. Aquello pintaba francamente mal y nos intranquilizamos. El conductor intentó arrancar. Las mujeres no se movieron. Sus miradas eran fieras, retadoras. Daba la impresión de que no era la primera vez que ejercían este chantaje con algún vehículo que se adentraba en su territorio.



Apareció un hombre mayor, con un fusil antiquísimo, quizá un Kalashnikov de tiempos del DERG. Intentó apaciguar los ánimos sin éxito. Nos encontrábamos en una situación de bloqueo. Pablo bajó, les echó una bronca pero no hubo alteración alguna de su hostilidad. Pensamos que si les dábamos dinero se irían, pero siempre pedirían más.

El conductor metió primera, dio un primer brinco impactando ligeramente contra el cuerpo de las mujeres, que gritaron y aporrearon el parabrisas. Repitió la operación y ganó un pequeño espacio. Parecía que las íbamos a atropellar, dudaron y con esos escasos metros aprovechamos para escapar.

Aquello me hizo reflexionar sobre hasta qué punto habíamos alterado su vida. Se habían dado cuenta de que las cámaras de los turistas eran un recurso más fácil que trabajar el campo. Quizá nuestra actitud de perseguirlos para captar su imagen fuera una reminiscencia de la época colonial. Volvíamos a ir de caza aunque ahora nuestros trofeos no se colgaban en las paredes sino en el muro de Facebook.

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