Cuando llegamos al mercado su
actividad frenética había descendido. Sin embargo, aún permanecían suficientes
vendedores, compradores y curiosos para hacerlo atractivo. Mantenían esperanzas
de ganarse unos birr posando para los
turistas. Una foto, 5 birr. Sería la
tónica de nuestro viaje por el sur. Cuidado con hacerles una foto y no pagar
porque se podía crear un serio conflicto. Al bajar del autobús nos miraron con
ojos poco amistosos, como invasores. Nos sentimos taladrados por sus miradas
fijas e intensas.
Había algunas tiendecillas pero
la parte principal del mercado, una vez más, eran puestos improvisados con el
género en montañitas desplegado en el suelo y la vendedora buscando una pequeña
sombra para no caer fulminada por el sol.
Contemplé desde la ventanilla
del vehículo a una de esas mujeres mientras el resto bajaba. Me pareció que era
Hamer aunque algunos aspectos hubieran podido trasladarse a una mujer Banna. Me
mantuvo la mirada desafiante. Su pelo era un conglomerado de trencillas que
formaban una especie de tazón invertido, como un gorro hecho de arcilla y grasa
animal, probablemente muy eficaz contra los insectos y contra el sol. Los
lóbulos de las orejas iban adornados con unos vistosos pendientes. En torno al
cuello se concentraban varios collares y un adorno que era como un candado
pitón, como el de las motos, a modo de gargantilla y que me recordó a una
reminiscencia de la esclavitud. Los brazos y las muñecas exhibían pulseras
metálicas. Iba cubierta con una pieza de piel de oveja o de cabra bastante
tosca. La falda era del mismo material. En los pies, unas rudimentarias
sandalias. Esa figura se repetía en todo el mercado: sentadas mirando al limbo,
de pie ante sus mercancías y con gesto de orgullo, conversando o simplemente en
grupo.
Había haces de leña bastante
voluminosos por todas partes. La leña y el agua eran dos elementos esenciales
que había que obtener todos los días para su sustento. Obtenerlos era una de
las tareas de aquellas mujeres.
La subsistencia de su forma de
vida en un medio hostil, global y cambiante fue el eje de una reunión que tuvo
lugar en enero del 2005 en Turmi. Probablemente fue la mayor concentración de
su historia ya que su población, que rondaba los mil habitantes, se vio
alterada en aquella ocasión por ganaderos, representantes gubernamentales y de
Naciones Unidas y donantes de 23 países de cuatro continentes. Todo un evento.
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