Los paisajes seguían una pauta
similar a la vivida en días anteriores. Las casas salpicaban el lugar, se
agrupaban poco y muchas dormían inacabadas. El cielo estaba encapotado y llovió
a ratos durante todo el camino. Era el mismo tiempo de aquellos días de la
estación de lluvias. Había que arroparse para evitar los catarros, que ya
habían afectado a varios del grupo. Eso, unido con la altura, que provocaba
unos gases impresionantes, el trajín que llevábamos y la alimentación, que a
alguna tripa había afectado, provocó en algunos del grupo un malestar general.
Se notaba cierto cansancio en los rostros.
La carretera se acoplaba a los
barrancos y el vehículo se resignaba a las curvas para bordearlos. La primera
parte transcurría por la carretera que seguía las crestas de las montañas.
Bajamos al valle y después nos desmarcamos de aquel trayecto. Avanzamos por el
fondo del valle que combinaba matorral, árboles enormes, quizá ficus, cultivos
de habas, trigo, maíz o caña. Abundaban las chumberas, las acacias, vegetación
de sabana, de terreno seco. Aunque el paisaje era verde, en esta zona habían
sufrido las mayores sequías que provocaron terribles hambrunas. Varios carteles
indicaban que se realizaban obras para paliarla. Los fondos procedían de
organismos internacionales y de USAid.
El trayecto permitía la
inmersión en el mundo rural, en el que vivía el 85 por ciento de la población,
el mundo agrícola y ganadero, de subsistencia, primitivo, aunque nosotros lo
calificáramos de auténtico. Era duro vivir en este entorno. Nos preguntamos si
estas gentes eran felices, a su modo. Para ellos, tener para comer, dónde
dormir o guarecerse, y ropa para cubrirse era suficiente. Sus necesidades eran
básicas y por eso al pasar nuestro vehículo, un acontecimiento, saludaban y
sonreían. Por supuesto, los ganados irrumpían en la carretera y aportaban esa
nota colorista que todos deseábamos. Las gentes trabajaban el campo, lo araban,
lo limpiaban, le daban los cuidados que precisaba.
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