Observando aquel lugar desde la
ventanilla del vehículo tuve la impresión de que aquellas gentes llevaban una
existencia imprevisible, dominada por el azar. Aunque intentaran organizarla
estaría en manos del caos de las fuerzas de la naturaleza. La ciudad aún
quedaba cerca y la ligera presencia de la administración aun podía detectarse
en algunos detalles como la carretera y su señalización. Nuestra existencia era
todo lo contrario: programación y seguridad. Quizá por ello la religión, las
creencias o la brujería, en todos sus niveles, eran tan importantes. Lo que
podían dominar quedaba en ese ámbito sobrenatural en el que buscaban refugio y
explicación, una esperanza a una vida miserable que les había tocado vivir. La
otra vida les compensaría de las tristezas de esta. Eso se llamaba resignación
y por la cara de aquellas gentes lo llevaban con bastante deportividad. Ellos
no buscaban aventuras. Para ellos la monotonía era su seguridad. Deseaban una
existencia que para nosotros sería aburrida, marcada por la salida del sol y su
puesta las montañas. Los acontecimientos que alteraban esa monotonía llevaban
el sello de las desgracias: una sequía, una riada, un incendio o una plaga. No
lo podían controlar.
Mi recuerdo del camino es una
sucesión de curvas y de cuestas, el ascenso a una montaña y el descenso a un
valle. Siempre acompañados de hermosos paisajes.
Esa dinámica lineal se rompió en
Kato. Era día de mercado y cuando atravesamos la aldea estaba en ebullición. El
mercado se localizaba junto al río en una explanada ocupada por una masa
compacta de gente, como si fuera una manifestación, las telas de los puestos
que salvaban del potente sol y los sacos de provisiones o los montoncillos que
se acumulaban ante los vendedores. Desde el vehículo me llamó la atención que
compradores y vendedores iban vestidos a lo occidental, con vistosos colores, y
no con las vestimentas tradicionales de cada una de las tribus. Un mercado era
lugar de encuentro de diferentes tribus, etnias y poblados del entorno más o
menos inmediato ya que en muchos casos se habían desplazado desde bastante
lejos a pie.
No paramos en Kato que, por
cierto, no pude localizar en mapas o en internet. Avanzamos lentamente, hicimos
unas fotos y contemplamos cómo se lavaban en el río separados hombres y
mujeres, que la decencia era importante.
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