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Imágenes y palabras de Etiopía 121. Hipopótamos y cocodrilos.


 

Los hipopótamos aparecieron pronto. Primero, como ligeras ondulaciones, como líneas dispersas en la superficie. Después, asomando los hocicos, un instante, para regresar a las profundidades, que alcanzaban entre diez y catorce metros de profundidad. Quedamos expectantes, cámara en ristre, por si se aventuraba a salir a la superficie alguno más. Había que estar atento porque salían un momento, agitaban las orejas y se sumergían. De pronto, se reunieron media docena en diversas posiciones, casi rodeándonos, como si nos acecharan antes de un ataque o simplemente buscaran marcar el terreno. Era probable que estuvieran acostumbrados a los turistas, no a los cazadores, interesados en disparar las cámaras y no los fusiles.

Avanzamos hasta una isla frondosa. Entre las ramas de un denso bosque apareció el vistoso cuello de un águila que para nuestro disfrute emprendió el vuelo con las amplias alas extendidas, en exhibición de plumaje. Era majestuosa.

Algo más adelante nos mostraron una amplia colonia de cocodrilos. Los de este lago tenían fama de ser de los más grandes de África. Uno era enorme, barrigón, otro abría la boca como en un profundo bostezo. La mayoría dormitaban sobre un brazo de tierra. Nos admiró que no atacaran a las zancudas que estaban muy cerca. Con un movimiento rápido podrían capturarlas. Algo nos decía que eran buenos compañeros de territorio. Algunas aves más pequeñas realizaban la limpieza de encías a los reptiles. En la orilla, antes del denso matorral y los árboles, un grupo de aves que al principio me parecieron buitres y después me convencí de que no lo eran por sus largos picos.

Una grulla o garza permanecía hierática, como en un posado. Los cocodrilos, también. Tardaron en moverse, en fijarnos en sus mentes. Seguíamos sus evoluciones, se arrojaban al agua, nadaban en torno a la embarcación, a distancia prudente. Puede que nos temieran tanto como nosotros a ellos. Uno se enganchó a la cuerda de un aparejo de pesca y Mamush estuvo luchando para desprenderla. Temimos que el animal reaccionara, diera un tirón y cayera nuestro guía. Alguno le sugirió que no continuara, pero él estaba dispuesto a liberar al animal.



Completado el avistamiento iniciamos el regreso. El patrón se había propuesto no perder tiempo y le dio caña al motor. La superficie estaba más picada y los que íbamos en primera línea nos calamos hasta los huesos. Los botes sobre el oleaje animaron al grupo.

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