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Imágenes y palabras de Etiopía 120. Aventura en el lago Chamo


 

El gran atractivo del lago Tana eran sus monasterios. Contemplamos muchas aves, algún hipopótamo, pero eran secundarios, los otros actores del reparto que resaltaban en el trayecto en barca. En el lago Chamo, los protagonistas eran los animales, especialmente los cocodrilos. El mercado de cocodrilos de Azo Gabeya, al oeste del Chamo, acogía una amplia colonia de cocodrilos. Cerca del lago Abaya, una granja de cocodrilos acumulaba varios miles de ejemplares para equilibrar la población natural del lago. En varios tanques los separaban por edad. Aparte de las pieles, la carne de cocodrilo, un poco gomosa, como de langosta, era deliciosa. Lo digo por experiencia.



Las aguas eran marrones, como chocolate desleído. Con el cielo de un gris plano la mirada se trasladaba a las orillas, de perfil bajo y dominadas por la totora. Nunca perdimos la visión de la orilla, bien al frente o a los lados. Al deslizarse la embarcación con su monótono quejido la banda de la orilla se estrechaba. Las montañas quedaban devoradas por la bruma. Las torres de la electricidad parecían un contrasentido en aquel ámbito salvaje.



No era la única presencia que recordaba al hombre. Pronto nos cruzamos con algunos pescadores con unas embarcaciones y aparejos muy rudimentarios. La pesca era abundante y uno de los medios de vida de las comunidades alojadas en su entorno. Quizá eran ganjule o guji, los pobladores del entorno del lago. Comentaban que algunos habían perecido víctimas de los hipopótamos. Cualquier ataque de estos tremendos bichos habría volcado sus canoas y los habría dejado a su merced. No querían competencia en su feudo.

La otra presencia abundante era la de las aves. El lago era un paraíso ornitológico, especialmente de zancudas. Más de tres centenares de especies eran un acicate para organizar una expedición para avistar aves.


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