El gran atractivo del lago Tana
eran sus monasterios. Contemplamos muchas aves, algún hipopótamo, pero eran
secundarios, los otros actores del reparto que resaltaban en el trayecto en
barca. En el lago Chamo, los protagonistas eran los animales, especialmente los
cocodrilos. El mercado de cocodrilos de Azo Gabeya, al oeste del Chamo, acogía
una amplia colonia de cocodrilos. Cerca del lago Abaya, una granja de
cocodrilos acumulaba varios miles de ejemplares para equilibrar la población
natural del lago. En varios tanques los separaban por edad. Aparte de las
pieles, la carne de cocodrilo, un poco gomosa, como de langosta, era deliciosa.
Lo digo por experiencia.
Las aguas eran marrones, como
chocolate desleído. Con el cielo de un gris plano la mirada se trasladaba a las
orillas, de perfil bajo y dominadas por la totora. Nunca perdimos la visión de
la orilla, bien al frente o a los lados. Al deslizarse la embarcación con su
monótono quejido la banda de la orilla se estrechaba. Las montañas quedaban
devoradas por la bruma. Las torres de la electricidad parecían un contrasentido
en aquel ámbito salvaje.
No era la única presencia que
recordaba al hombre. Pronto nos cruzamos con algunos pescadores con unas
embarcaciones y aparejos muy rudimentarios. La pesca era abundante y uno de los
medios de vida de las comunidades alojadas en su entorno. Quizá eran ganjule
o guji, los pobladores del entorno del lago. Comentaban que algunos
habían perecido víctimas de los hipopótamos. Cualquier ataque de estos
tremendos bichos habría volcado sus canoas y los habría dejado a su merced. No
querían competencia en su feudo.
La otra presencia abundante era
la de las aves. El lago era un paraíso ornitológico, especialmente de zancudas.
Más de tres centenares de especies eran un acicate para organizar una
expedición para avistar aves.
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